Una sociedad casi desarticulada por las denominadas redes sociales se encuentra sumida en el denominado preconcepto, todo lo que se publica parece celebrar toda una amalgama de respuestas furibundas, dependiendo del tono y del tema que se difunde. Antaño llamados chascarrillos y ahora hechos noticiables. Y la sociedad, en su conjunto, convierte sus estructuras institucionales en correas de trasmisión a los efectos; en algunos casos, llegan a tomar decisiones al albur de esos hechos, presumiblemente noticiables.

Esa especie de premura en la toma de decisiones y opiniones, que en estado de frecuencia corriente se produce respecto todo tipo de manifestaciones, llenas, en algunos casos de improperios que nos hacen sucumbir a lo que una sociedad moderna debería haber superado y es al hecho de los preconceptos, como dirían nuestros hermanos portugueses o prejuicios, en lenguaje castellano. Estamos llenos de preconceptos, aunque aparentemente nos manifestemos con esa supuesta libertad de pensamiento.

Pero el río torrencial de las redes sociales nos hace acogernos a las olas de pensamiento, que cualquier disidencia conlleva el ser defenestrado, además de ser tachado de todo tipo de denominaciones peyorativas. Es eso de la contradicción de la sociedad moderna, que ya ha denominado la postverdad, el invento del que llega primero, arrastra seguidores -en algunos casos fans-- y se presenta en un contexto de una supuesta afirmación incontestable. Y es desde ahí donde se suele santificar o satanizar a personas, ideas, instituciones, etc. Es la revancha de la ignorancia, frente a la conciencia, la rigurosidad y el respeto a la verdad; o al menos, al acercamiento de esa objetividad al hecho del que se han cebado esas redes sociales.

Cuesta tanto entender como vislumbrar la capacidad de sentar afirmaciones sobre hechos y acontecimientos tan controvertidos, como difíciles de conocer en su integridad. Y todo ello nos lleva a prejuzgar sobre lo que nos rodea. Con esa mala estrategia de crear bandos que estigmatizan, en una sociedad que se presume abierta y tolerante.

De ahí que con este escenario, catapultado por las redes sociales, conlleva la reacción de muchas personas que cuando han sido nominados para ostentar algún tipo de representación institucional actúen rápidos para borrar cualquier tipo de rastro sobre la retahila de comentarios en sus redes sociales, que no jueguen como preconceptos y les minen su nombramiento. A no ser que sea un efecto reflejo, sobre un cambio de opinión o parecer, que hace que reniegue de su pasado como opinante; o realmente se trata de apuntarse a las corrientes del momento, para evitar que la opinión de la red social y su rastro entren en tromba, para señalarlo en la plaza pública de la red social de conveniencia y connivencia.

Es la maldición de opinar desde la mañana a la noche, día tras día, en la exposición pública constante, capaz de dar verosimilitud a lo que en muchos casos no lo es, y en otros, aparece en la invención de la memoria colectiva.

La opinión es tan importante, como el respeto a protegerla y tenerla. Pero no a jugar con el eterno epíteto de la verdad manifestada y la verdad manifiesta.

*Abogada.