El PSOE culminó ayer un proceso ejemplar para sustituir a Alfredo Pérez Rubalcaba . Primero votaron los militantes (unos 130.000, más del 65%), que eligieron a Pedro Sánchez (43% de los votos), y este fin de semana un congreso ha ratificado al nuevo líder y ha designado a la ejecutiva con un apoyo del 86%, seis puntos más que la de Rubalcaba. De este procedimiento inédito y democrático debería salir un partido "más fuerte y más unido", pese a algunas denuncias de falta de integración de Eduardo Madina y José Antonio Pérez Tapias , los rivales derrotados por Sánchez. Sin embargo, la nueva dirección, más amplia de lo prometido, no huye de las componendas y deberá demostrar con los hechos que no nace tutelada por el poderoso socialismo andaluz.

El discurso de Pedro Sánchez sirvió para marcar las coordenadas sobre las que se moverá el nuevo líder del PSOE y jefe de la oposición: confianza en la recuperación del partido, destierro de los complejos socialistas, mano dura contra el PP y propuestas de regeneración democrática. Igualmente equiparó el secesionismo con el asesinato machista y la corrupción política. "Desterremos palabras que nos afectan e indignan a todos como crisis, paro, pobreza, desigualdad, corrupción, violencia de género, decadencia institucional e independentismo", sostuvo.

En el resto de su discurso, Sánchez se comprometió a "modernizar la izquierda" en la España "hastiada, indignada y herida", frente a un Mariano Rajoy que "si quiere regenerar la democracia, lo tiene fácil: que coja la escoba y limpie su casa".

Y es que el discurso de Sánchez se centró en la alternativa económica de los socialistas, en las críticas al Gobierno (con dianas como la reforma laboral o la ley del aborto) y en la necesidad de regenerar la política y de modernizar la izquierda. Con un lenguaje quizá en exceso políticamente correcto, Sánchez reivindicó a los políticos audaces y algunos de sus anuncios podrían calificarse así: supresión de los aforamientos, transparencia en las cuentas del partido y del patrimonio de los dirigentes o derogación de los acuerdos con el Vaticano. Pero se cuidó mucho de caer en el populismo, que criticó en una clara referencia a Podemos, y reivindicó un PSOE como partido de gobierno, defensor del progreso y alejado de la demagogia. La principal divisa fue que el nuevo PSOE hará lo que promete. Para verlo, habrá que esperar.