Los 1.400 científicos, militares y espías enviados por la Administración de Bush a Irak para encontrar las pretendidas armas de destrucción masiva de Sadam no han hallado ni siquiera el rastro de ellas. Ese es el dato capital y no desmentido del informe preliminar que aún está redactando David Key, asesor de la CIA y jefe del equipo de inspectores estadounidenses, británicos y australianos que en los últimos meses han buscado sin trabas el hipotético armamento químico, nuclear o biológico del dictador iraquí, que sirvió de pretexto para justificar la guerra preventiva contra Irak.

Tanto la CIA como el jefe de la diplomacia británica, Jack Straw, se han escudado en que el informe Key no es definitivo, y apuntan que el documento, al final, no va a "confirmar ni descartar nada". Es sólo un triste consuelo con el que arropar el engaño que amparó la invasión de Irak al margen del derecho, y para seguir manteniendo el espejismo de que las armas de Sadam aún pueden aparecer. Bush, Blair y Aznar deberían saber que tienen ante sí una tarea que no prescribe: probar que no desataron la guerra sólo por sus intereses. Y, de paso, rehabilitar a los inspectores de la ONU, cuyos trabajos denostaron.