TEtn este país nuestro, no son pocas las ocasiones en que se pisotean los derechos de los ciudadanos, en tanto que consumidores, sin que haya consecuencia alguna para aquellos que los conculcan. En este sentido, no son sólo las compañías telefónicas, ni tampoco las eléctricas, las únicas que transgreden, sistemáticamente, todos los límites fijados en las leyes por las que se rige el mercado de consumo. Y esto queda patente, especialmente, durante el periodo de rebajas. Es entonces cuando muchos establecimientos aprovechan la masiva afluencia de clientes --atraídos por la promesa de unos precios más bajos-- para darles gato por liebre. Esto ocurre, en mayor medida, en grandes almacenes y cadenas de tiendas. Y se nota mucho menos en las tiendas no adscritas a ningún gigante comercial. Porque, mientras que los pequeños comerciantes rebajan los productos de la temporada inmediatamente anterior, para dar salida a una mercancía que, de otro modo, no podrían vender, los grandes gigantes comerciales aprovechan y sacan de sus almacenes también algunos productos más antiguos. Y lo cierto es que, comprándoles alguno de estos productos, les estamos haciendo, realmente, un favor. Porque, si no fuera por nosotros, por los --a veces-- incautos consumidores, no podrían deshacerse de ellos, salvo que los vendiesen, con un beneficio notablemente inferior o, incluso, a precio de costo, a outlets y almacenes de baratillo. La tendencia de ciertas cadenas comerciales a la engañifa adopta, también, otras fórmulas aún menos sofisticadas. Y es entonces cuando queda revelado lo cutre de sus estrategias. Porque cualquier cliente observador o con buena memoria puede percatarse de que, en ciertos productos, los precios rebajados son idénticos a los que figuraban en etiquetas o carteles antes de que comenzase el período de rebajas. O sea que, fíjense bien en lo que compran, evalúen si, realmente, van a adquirir algo que les gusta y necesitan, y, sobre todo, no se olviden nunca de que nadie da duros a cuatro pesetas.