Como extremeño y como guadalupense me siento dolido cuando leo y escucho que la Virgen del Pilar es la Reina de la Hispanidad. De manera casi institucionalizada, al llegar el Día de la Hispanidad, y en la misma jornada, comienza a generarse un fluido informativo en torno a la fiesta de la Benemérita (contra la que no tengo nada), al desfile de las Fuerzas Armadas o a la ofrenda floral que se organiza en tierras mañas, sin que se le dedique a Extremadura y a la Virgen de Guadalupe, verdadera poseedora del citado título, el espacio y el tiempo que requiere. El desconocimiento mayúsculo que existe en torno a la Hispanidad, al origen de la fiesta, a la imagen de Santa María de Guadalupe y su relación con la conquista de América, sigue caracterizando este día tradicionalmente consolidado en todo el territorio nacional.

Para que de una vez por todas quede claro, el título de Reina de la Hispanidad (Hispanianum Regina) le fue concedido a la Virgen de Guadalupe por el rey Alfonso XIII y por el Cardenal Segura, arzobispo de Toledo y Primado de España, coronándola como tal el 12 de octubre de 1928. Se lo concedieron por motivaciones varias, pero fundamentalmente por las relaciones históricas entre el santuario extremeño y el descubrimiento del Nuevo Mundo: la consideración de Guadalupe como lugar colombino (Cristóbal Colón lo visitó varias veces entre 1486-1496), su estrecha relación con los Reyes Católicos y la organización de los viajes al continente americano, la proyección del nombre de Guadalupe en Iberoamérica como se demuestra en su toponimia, la importancia en la evangelización y expansión de la religión católica.

A juzgar por lo expuesto queda demostrada la vinculación de la Virgen de Guadalupe con la Hispanidad. Extremadura en esta materia debería ocupar el lugar que le corresponde, reivindicar de manera permanente su estrecha relación con los países iberoamericanos y la Hispanidad.

Felipe Sánchez Barba **

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