Tan previsible era el resultado de las primarias que Pedro Sánchez hasta se sorprendió. Ahora le corresponde convencer a los socialistas --sobre todo a los que gestionaron su salida-- de que realmente es el secretario general. Lo difícil no era salir elegido, sino demostrar a partir de ahora por qué ha sido elegido. ¿Qué va a ser de los que avalaron a Susana Díaz, por ejemplo? Sería un contrasentido que el secretario general no contara con sus mayores, también conocidos como barones. Pero es lo que parece deducirse de la advertencia de que no habría represalias, ese non petita.

Por su parte, Díaz no debe de haber encajado aún la verdad «de lo tan real, hoy martes» (bueno, Guillén dijo «lunes», pero hoy es martes), de tan convencida como estaba. Se sabía secretaria general desde que se presentó --o la presentaron-- como la candidata de Ferraz.

Su problema es haber ofrecido «un proyecto ilusionante», que tal fue su carta de presentación, en lugar de un programa con menos ilusión y más realidad, que es lo que viene demandando la militancia desde que el PP gobierna con la abstención de los socialistas. Más realidad.

Por último, pero no el último, Patxi López, al que nada le ha sorprendido ni nada tiene que encajar. ¿Quizá por carecer de la ambición de Sánchez, cuyo único objetivo parece ser gobernar, sea el partido, sea el país, sean el partido y el país? ¿Acaso por no contar con los apoyos de Díaz, la cual se ha rodeado de todo el poder del socialismo oficial, barones, presidentes regionales, etcétera? No. Es solo que López ha sido el único candidato en unas primarias en las que no se decidía un candidato. Lo que se decidía el domingo era o conservar la abstención al PP (votar a Díaz) o recuperar el «no es no» al PP (votar a Sánchez). Y López, en cambio, optaba a ser secretario general.

Como si el partido no importara, lo de Sánchez y Díaz ha sido un choque de egos. De haber ganado Díaz, Sánchez no hubiera cejado en su obstinación, dispuesto incluso a crear otro PSOE. Pero la victoria de Sánchez tampoco garantiza que el socialismo institucional, desautorizado, desista de volver a gestionar.