Escritor

Me desplazo por una carretera de nuestra tierra. No es necesario decir por dónde discurre. Es una carretera algo estrecha, como muchas otras que comunican poblaciones poco distantes y no demasiado importantes. Y como siempre disfruto contemplando el paisaje. No me canso de alabar el paisaje extremeño; me encanta. En cada estación, en cada tiempo, siempre es sorprendente. Procuro escaparme de un chovinismo absurdo; pero Castilla me resulta demasiado monótona. Por no hablar del Norte, tan verde y a la vez tan igual. No echo de menos el mar. Me conformo con subir al castillo de Puebla de Alcocer y contemplar una inmensa llanura de la Siberia extremeña con sus ondulaciones suaves que se suceden, una tras otra, hasta el infinito, con azules espejos de agua reflejando el cielo, entre el verdor tan vivo de esos pastos jugosos ahora, en nuestra primavera.

En mi carretera, la vista se me va sola hacia los tonos morados del cantueso que se adueña de las laderas. En algunos puntos el color es uniforme, y me recuerda las túnicas de los nazarenos. Más adelante, la vegetación crece por doquier, y el color verde oscuro de las plantaciones y el más claro de los pastizales matizan el paisaje. Como es de esperar en este tiempo, el campo está cubierto por un sin fin de flores silvestres; amarillas, blancas, azuladas... Siempre resultan sorprendentes las amapolas que salpican las cunetas con su vivo rojo escarlata.

Es ya la Semana Santa y se percibe un singular encuentro de aromas, sentimientos, fervores y expresiones. Al final de mi recorrido, me adentro en un pueblo y veo la iglesia abierta de par en par. La gente entra y sale, afanada; unas mujeres limpian unos cacharros dorados, otras extienden unos paños morados, como el cantueso que admiraba yo hace sólo un momento. Unos hombres cargan con un paso vacío, sin imagen aún, y lo trasladan a otra parte. Veo carteles muy dignos, con la fotografía de un Cristo crucificado y el anuncio: Semana Santa 2003 . Me doy cuenta de la gran cantidad de preparativos que conllevan estas celebraciones y de la gran cantidad de gente que se pone en movimiento, muy convencidas, para verse inmersas durante estos próximos días en este gran auto sacramental, tan nuestro, tan sentido, de la Semana Santa.

Uno de los encantos singulares de Extremadura es este tener un poco de todo: hay en el norte de la región algo del espíritu recio y austero del castellano, que se aprecia en los empalados de Valverde de la Vera, en la Dolorosa de oscuros y sobrios mantos de Las Hurdes o Gata, Coria obispal y, como no, en el Cristo Negro cacereño; Plasencia roza ya las tierras de Salamanca, con su burgo de piedras y su imaginería tan rica; por otra parte, Jerez de los Caballeros, Zafra, Llerena, Azuaga, Fregenal, Almendralejo, Badajoz y la amplísima manifestación cofrade de Mérida, nos traen aires sureños con sus procesiones próximas a la cultura andaluza; las Vegas Altas, Villanueva de la Serena, Don Benito y la amplia comarca de La Serena, conforman casi una identidad especial, de recias tradiciones de agricultores y ganaderos de llanura y ribera a la vez, con una Semana Santa elegante, sin demasiadas explosiones efectistas pero muy bien armonizadas; en Guadalupe, con su sello monacal, los vía crucis por la villa, silenciosos, místicos, franciscanos, están en consonancia con el marco gótico-mudéjar. En fin, esta realidad multiforme es una gran riqueza; la prueba más evidente de la confluencia indiscutible de gentes diversas en nuestra tierra, que en la historia de España fue sin duda tierra de paso durante siglos de reconquistas, feudalismos y repoblaciones. Las órdenes militares, los señoríos, la proximidad de Portugal, el contacto con las Américas ..., todo eso no merma la identidad regional, ni mucho menos, sino que le da su forma tan singular.

Dando el lugar que le corresponde a los desfiles procesionales tan importantes estos días, tampoco debemos olvidar las manifestaciones de religiosidad que tienen lugar de puertas adentro en los templos extremeños. Las estadísticas sitúan el índice de participación en los oficios religiosos de Semana Santa en un 64%, frente al 30% que cumple ordinariamente con el precepto dominical. Sin duda, esta semana que comenzamos hoy, Domingo de Ramos, mueve especialmente a nuestras gentes.