Filólogo

Desconecta, tómate las cosas con tranquilidad; todo puede esperar y retomarse en septiembre; mientras, llena las vacaciones con contenidos relajantes, deja que las cosas sucedan, sin hacer planes, hablando poco, dejando a cada cual con su error, sin tratar de corregirle.

Pero el psicólogo no había contado con los imprevistos: la ola de calor, los fuegos, las noches asfixiantes, la tubería de la terraza que se revienta cuanto has puesto tierra de por medio; el pariente que se clava en casa; Aznar con la exquisitez moral reclamando, en bocas de la oposición, féretros para los soldados enviados a Irak; la grasienta imagen de la panza y el abanico en el ventanal de la fiscalía malagueña tras el calentón marbellí; las desvergüenzas de los ministros del Opus --Ana/Trillo--, que mienten como respiran: con naturalidad; las desvergüenzas políticas de la Comunidad de Madrid, el papelón de la inspección de trabajo con el presidente popular madrileño; los Albertos tostándose, tras afanar veintisiete mil millones, en la cubierta del barco de Matutes, mientras el negro del top-manta, por cincuenta cedés , pasa seis meses en la trena; la obscena relación entre políticos, cargos públicos y empresarios; las tragaderas del fiscal general del Estado; las tragaderas cacereñas con las terrazas del ferial de la mano de un edil deslumbrado; Eva María buscando el sol en la playa.

El laissez faire agosteño ha podido soportar todo eso, pero va a ser difícil sobrellevar septiembre con la avinagrada bronca diaria de Aznar, ahora en el papel de poli malo, con la acostumbrada falta de los libros de texto, con la tradicional falta de plazas en el Conservatorio de Música y la Escuela de Idiomas de Cáceres, con la subida de las matrículas, con la más descarada subida de sueldos en la diputación cacereña.

Mi psicólogo de guardia me lo dijo nada más llegar: la cosa está que arde y el estrés, cantado.