Desde que en enero Grecia admitió que su déficit era muy superior al confesado, el nerviosismo se apoderó de los mercados. Se sabía que la moneda única sin unión política --o sin una seria coordinación de la política económica-- tendría problemas. Pero no sucedió durante muchos años. El euro funcionó. Y la lista de países candidatos aumentó. Pero Grecia descubrió las miserias. Ni la UE ni el BCE tienen poderes para evitar su quiebra, ni Grecia puede abandonar el euro y devaluar porque las consecuencias serían dramáticas. Los gobiernos del euro capearon el temporal proclamando que, llegado el momento, Grecia tendría toda la ayuda. Y hubo incluso quien dijo que el FMI no debía interferir. Europa ocultaba con pomposos discursos las carencias de su edificio institucional. La especulación siguió y se tuvo que concretar la ayuda a Grecia en caso necesario: 30.000 millones de crédito a un tipo del 5% y 15.000 millones del FMI al 3,50%. Se esperaba que el anuncio bastara, pero surgió la debilidad: el ajeno y malévolo FMI prestaba a un tipo de interés inferior al de los socios del euro. La crisis grave estalló la semana pasada, cuando se supo que el déficit griego era todavía mayor. La histeria se desencadenó, el diferencial del bono griego con el alemán se disparó y Papandreu tuvo que humillarse y pedir la activación del plan de ayuda. Pero la cancillera alemana, Angela Merkel puso nuevas condiciones. No quería asumir una medida impopular antes de las elecciones del 9 de mayo en Renania del Norte.

Y el 9 de mayo esta lejos. El virus griego se intensificó y el contagio a otros países subió de grado. El martes, Standard and Poor´s (la primera agencia de rating) degradó la deuda griega a bono basura y rebajó el rating de Portugal. Lo peor fue que afirmó que los bonos griegos podían perder el 50% de su valor. El coste de los bonos griegos y portugueses (en menor grado) se disparó y las bolsas mundiales tuvieron una jornada negra. En España el Ibex bajó un 4%. Las perspectivas, no ya de Grecia sino también de Portugal e Irlanda, e incluso de España e Italia, fueron zarandeadas en clima de desconfianza generalizada. Y la credibilidad del euro se desplomó.

Ayer hubo mas desorientación. Dominique Strauss-Kahn y Jean-Claude Trichet estaban en Berlín --tenían que ver a Merkel-- y se difundió que Grecia podía necesitar 120.000 millones, tres veces mas que la cifra comprometida (45.000 millones). Por la tarde S&P rebajó la calificación de España de AA+ a AA. En tiempos normales no sería grave, porque es todavía una calificación buena y el porcentaje de nuestra deuda pública sobre el PIB, el 54%, es la mitad del griego. E inferior incluso al de Alemania. Pero ahora los mercados son irracionales y el nerviosismo se retroalimenta. La bolsa española cayó otro 3% y la jornada de mañana en los mercados será larga y difícil.

Toda Europa --España más-- vive en la incertidumbre. Pero hay tres cosas claras. Una, el euro sufrirá sin un liderazgo fuerte que Merkel y Sarkozy no logran asumir. Dos, España está en una encrucijada endiablada. Combatir más el déficit --imprescindible--puede lastrar la muy leve e incipiente recuperación. Tercero, las agencias de rating perturban y alientan la especulación. España está ya, pues, en mitad del temporal. Quizá unos pactos globales sean, como se ha visto, imposibles. Pero ello no exime a las fuerzas políticas y sociales de una obligación de extrema responsabilidad. El bienestar de España en los próximos años puede jugarse en los próximos días.