Ofrece la vida en Extremadura tantos atractivos que una la calificaría de deliciosa y no solo por su gastronomía.

Pasear bien abrigada por el campo una mañana de invierno, contemplar el verde recién brotado entre el gris que quemó el aire, oír la fuerza de los regatos, oler la tierra mojada, mirar el cielo poderoso.

La sensación única de unión con la naturaleza es privilegio gratuito por el que no queda sino expresar gratitud. Y en el invierno solitario se recuerdan por contraste otros paseos estivales al borde de un mar abarrotado en otra zona lejana allá por el corredor mediterráneo. Habría tal vez en el alma egoísta de esta opinadora la tentación de bendecirse por el abandono en que esta querida tierra extremeña está sumida y que le permite estar protegida en la paz de estos desiertos. Por la desconexión impuesta del resto de España en contraste con aquellos del norte del corredor cuyo deseo parece ser desconectarse.

Pero no. Porque esa injusticia histórica no es la causa de las bondades de nuestra comunidad, sino un signo del atraso que todavía arrastra y del abandono que padece. Extremadura se encuentra aislada con una red de transportes que es una anticualla, unos trenes mucho peores, lentos e incómodos que hace más de treinta años, una comunicación por aire insuficiente y una separación que no unión entre sus dos capitales por carretera que supone un agravio más respecto al resto del territorio. Solo caben enfado, rebeldía y protesta. Una más que sumar a las virales expresadas hace poco en las redes sociales y a las persistentes e insistentes a las que escucharán de nuevo oídos sordos, verán ojos cegatos y procesarán cerebros que cuentan votos y no personas. Nuestro aislamiento es fruto de nuestra escasa población. No hay político valiente de ningún signo al que un escaso millón de electores interese lo suficiente como para decidir acabar con un estado de la cuestión absolutamente retrógrado.

Y no valen disculpas politizadas sobre que el problema no es solo el tren. Claro que no. Pero también es el tren. Y no el menor.

* Profesora