La semana en la que nos encontramos se ha convertido en una exaltación de la devoción popular. Las calles se llenan de penitentes de cientos de cofradías, miles nazarenos que muestran su fervor por las imágenes de sus hermandades, pero… ¿Sus vidas diarias son un trasunto del Evangelio, de la vida de Jesús de Nazaret? Quiero creer que sí, pero sin embargo la tozuda realidad me demuestra que esto no es así.

En estos días del año no dejo de acordarme de los versos de Antonio Machado, Las coplas de Don Guido. En ellos aborda la hipocresía de los señoritos sevillanos que, a pesar de su paganismo, de su confeso agnosticismo e incluso su ateísmo flagrante se visten con las túnicas que representan lo más elevado del ser humano en su relación con la deidad.

Estamos una sociedad en la que el paripé y la apariencia se han convertido en prácticas habituales. Nos gusta ponernos la túnica, elevar la mirada arrobada a nuestras Vírgenes y Cristos y emocionarnos ante ellos, pero lo difícil, la verdadera penitencia es llevar a nuestro día a día ese espíritu por el que Jesús murió en la cruz y aceptó su Pasión.

Desgraciadamente muchos que hoy cargan con sagradas esculturas no dudan al día siguiente en pegarle el navajazo tripero a su compañero de trabajo, en hablar mal del vecino o buscar egoístamente el beneficio propio machacando al más débil. Y eso por citar pecados veniales. De los mortales ni hablamos.

La Semana Santa se ha convertido en un atractivo turístico, en muchos casos, en una máquina de hacer dinero, en argumento de muchos políticos para conseguir un marchamo para su ciudad. Pero creo que -aunque sí hay quienes la viven con honda espiritualidad- hay que pararse a pensar si no estamos fomentando un folclore hipócrita mientras nuestras vidas son como sepulcros blanqueados. Refrán: Gran pagano / se hizo hermano / de una santa cofradía. /El Jueves Santo salía / llevando un cirio en la mano. (A. Machado).