GLga presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre , muy didáctica ella, nos invita a valorar el curioso hecho de que Fidel Castro recurra a la sanidad madrileña para ponerse bueno mientras su régimen presume de un excelente sistema sanitario como uno de los frutos visibles de la revolución cubana. Constatación de un hecho con moraleja incluida. A renglón seguido, Aguirre se pregunta sobre las necesidades del pueblo cubano en materia de asistencia sanitaria si tenemos en cuenta que las necesidades de la máxima autoridad del país pasan por la contratación de un médico español.

Como a su benemérita vocación de enseñar al que no sabe une la presidenta madrileña el ejercicio de su acreditado compromiso ideológico, no ha resistido la tentación de dar un paso más y, en este mismo terreno de la asistencia sanitaria a los cubanos, ha extendido su inesperada preocupación a los presos políticos, como los últimos de la cola en el acceso a los servicios sanitarios. Esta descarga verbal contra el régimen castrista, a cuenta de los achaques del comandante , no tendría mayor importancia si los antecedentes del caso no nos remitieran a la naturalidad con la que el señor Lamela , consejero de Salud de la Comunidad de Madrid, había explicado previamente la presencia del doctor García Sabrido en La Habana para atender al dictador a requerimiento de la embajada cubana en Madrid. Con el conocimiento y la aprobación, por supuesto, del mencionado colaborador de Esperanza Aguirre.

En esta bien cuidada operación de imagen a escala doméstica e internacional (el rumor de que Castro estaba en fase terminal era ya incontrolable dentro y fuera de Cuba), ha tenido una repercusión muy barata en España. Una muestra son estas declaraciones de Esperanza Aguirre, que se suman a nuestro estúpido debate en turno de dictadores favoritos, como si Castro fuera el de los progres y Pinochet el de los fachas . Hasta el punto de que, aunque a ella le pese y a poco que le cuadre en su reclamada estirpe liberal, las declaraciones de Esperanza Aguirre sobre el servicio prestado a Castro por el jefe de Cirugía del Gregorio Marañón han sonado a disculpa. Es como si la presidenta madrileña hubiera tenido necesidad de excusarse. Pero no ante los madrileños, que no lo necesitaban porque están encantados con el gesto del doctor García Sabrido, sino ante sus correligionarios. Más aún, solo ante algunos de sus correligionarios. Y ese ha sido su error.