La lentitud en la toma de decisiones en la Europa comunitaria se describía, en los años 80, como una estrategia de dar dos pasos adelante y uno hacia atrás. Ahora, cada vez más lejano el último éxito de la Europa de los Quince, la puesta en marcha y consolidación del euro como moneda alternativa al dólar, la definición se invierte: se dan dos pasos hacia atrás antes de dar un tímido paso adelante. Se notó con el fiasco de la carta magna europea y se va confirmando en multitud de pequeñas regresiones en todos los ámbitos. Pero la situación se agrava cuando ante los grandes desafíos que pueden afrontarse con convicción por parte de los Veintisiete, también se aplica la política timorata y dividida. Ahora, ante la creciente preocupación por el futuro energético de la UE, con sus dos vertientes de abastecimiento y lucha contra el cambio climático, el acuerdo de mínimos de los ministros de Energía ha reflejado, de nuevo, la falta de un verdadero impulso común para afrontar el gran reto del decenio: obtener energía más barata, menos contaminante y menos dependiente de las importaciones. El único acuerdo ha sido el aumento de la producción de biocombustibles --energía obtenida de vegetales o de desechos animales, dos actividades tradicionalmente subvencionadas por Bruselas-- para que en el 2020 supongan el 10% del consumo. En cambio, se ha pospuesto para la reunión trimestral de jefes de Estado y de Gobierno lo que realmente sería un compromiso cualitativo: que el progresivo uso de energías renovables --hidráulica, solar, eólica-- sea una política común (vinculante) y no una simple recomendación.