Nació hace 45 años en Baracaldo, junto a Bilbao, hijo de padres vallisoletanos. Como él recuerda, no se hizo abertzale a diferencia de otros compañeros del instituto, pronto en el mundo laboral conoció la dureza de las relaciones empresa-empleados y canalizó su vocación activista hacia Comisiones Obreras. Secretario general en Euskadi de ese sindicato desde hace ocho años, en julio pasado Unai Sordo se convirtió en secretario federal sucediendo a Fernández Toxo.

Un cambio generacional fuerte, más que el habido en mayo pasado en Extremadura, y en el que salieron en pleno de la ejecutiva un conjunto de hombres y mujeres que superaban o rozaban la sesentena, y que abordan a corto plazo la jubilación.

De la mano de la nueva secretaria regional de CCOO, Encarna Chacón, el sindicato ofreció días atrás a los periodistas un encuentro en Mérida con Unai Sordo, en la que era su primera visita a la región.

Aquel chico de Bilbao, con sus primeros pasos laborales en el sector de la madera, dirige ahora el mayor sindicato del país, y admite el desprestigio social de esas formaciones, que tendrán que recomponer su legitimidad. Muy perdida por ejemplo con la canallada de las tarjetas black de Caja Madrid, en cuya trampa cayeron. Pero somos todos los que tenemos que volver a ganarnos el respeto, señala Sordo con acierto.

Todos, empezando por la política, pero siguiéndole muy cerca los medios de comunicación y nosotros sus operarios y máximos responsables por delegación social, los periodistas. Ese cuadrilátero política-sindicatos-patronal-medios de comunicación esencial para la salud democrática y de justicia social de un país, que no funciona.

Sordo, que tiene un aspecto muy juvenil aunque le falte ya algo de pelo, habla muy tranquilo, con voz prudente pero demasiado bajito, al menos en esta ocasión; no ve nada claro el rumbo del país. Y quién lo ve. Pronostica una nueva crisis de empleo, una época adicional de despidos masivos, mientras no cambie, que no lo ha hecho, el modelo productivo y económico.

Una apuesta por el sector servicios, con el turismo y la hostelería como estrellas, de empleos precarios, fiados a un boom del consumo en la clase media que sí, se ha producido --el coche nuevo se ha convertido una vez más en motor nuclear--, pero que se hace de nuevo a costa del endeudamiento y el crédito en un país, España, acostumbrado a pedir y gastar.

No existe el diálogo social, reprocha el dirigente sindicalista vasco, no hay un marco permanente y fluido entre Gobierno, trabajadores y empresarios, para pactar y discutir las grandes líneas sociales, como es el trabajo y los salarios, la reorganización de la producción, la modernización y competitividad, las pensiones, las cotizaciones sociales, la redistribución de riqueza que es lo único que garantiza un crecimiento social y económico estable y en paz.

En el encuentro salieron también las inquietudes sociales y familiares como la conciliación de la vida social y laboral, y dentro de ellas la locura de horarios que hay en España, frente a la cual lucha como Don Quijote el economista catalán Ignacio Buqueras, que en sus estancias en Extremadura siempre comentaba que el rey Juan Carlos lo veía muy bien y le apoyaba mucho.

Lamentable resulta cómo a las nueve de la noche y más, en nuestros centros comerciales urbanos, echan por fin la persiana las franquicias de confección, y lánguidas y agotadas muchachas salen finalmente para un encuentro apresurado y fugaz con sus novios, igual de estresados. Sueldos de 700, 800 euros, por jornadas muy prolongadas, que no dejan espacio a la vida personal y familiar. ¿Qué proyecto de familia, y de natalidad, pueden construir esas parejas?

En Euskadi por cierto existe un microclima laboral que hace que los grande comercios no abran los domingos, contaba Sordo, mientras en Extremadura hasta hace poco el PP y algunos lobbys pretendían ampliar o liberalizar del todo, comprometiendo aún más a un sector que hoy no necesita abrir la persiana porque está en el comercio electrónico.

Unai Sordo ve una izquierda derrotada, que en su opinión ha perdido la batalla ideológica y política porque no ha puesto el trabajo en el centro de su programa. La que con Tsipras en el poder griego claudicó pronto y recibió un castigo ejemplar para la del resto de Europa porque era la víctima perfecta.