TTtodos (desde luego, no pocos) los que hemos tenido la suerte de pisar New York en verano, sabemos que su hipnótica esencia y su acomplejante historia no restan de vivir pequeños sinsabores. Entre ellos, ese calor pegajoso, urbano, hecho de humo y cocina, que se impregna como colonia romana en la piel. El verano de New York tiene sus propios rituales, mitos y eventos. También sus reversos más oscuros: como el terrorífico verano del 77.

Los medios lo llamaron "el verano de Sam", en (dudoso) honor de un asesino en serie denominado "hijo de Sam" que sembró todo tipo de horrores cargándose a no menos de 7 personas e hiriendo a varias más. Sin planificación aparente y con falta absoluta de motivación: sus ataques ejemplificaban el terror por el terror. El ya de por sí sofocante ambiente se contagió de una espiral paranoica de miedo y estupefacción, apagones multitudinarios incluidos. Ese caluroso julio, las ya de por sí variadas pulsiones de la Gran Manzana, se dispararon en medio del horror de la amenaza oculta.

Europa vive, casi 40 años más tarde, un peculiar verano de Sam. No es, por descontado, ni tan confuso ni carente de lógica o planificación. Más bien al contrario. Pero la variedad de los asesinatos y su cartesiana frialdad de ejecución, sumado a la dificultad de preverlos (y así abortarlos) está creando una permanente y hormigueante sensación de confusión y miedo. Y una indignación que no se sabe muy bien contra qué o quién dirigir.

Tengamos una cosa clara, que aquí la repetición ni molesta ni sobra. El problema no somos nosotros. Punto.

Lo digo por esa tentación "autoflageladora", tan propia de cierta tendencia supuestamente intelectual, que quiere dar a entender que la culpa de los ataques recae en nuestras acciones previas. El sentimiento de culpa de quien dice no creer en ella es, cuando menos, curioso. Veo más en esa pretendida decisión de culpabilizarnos una indulgencia ganada señalando a los demás. Sólo que limitando los "demás" a los más cercanos: hemos (han) permitido como sociedad que masacremos (masacren) vuestros países, para nuestro (su) lucro. En realidad, son ellos, los otros (siempre la vida de los otros), estoy de vuestra parte. Me pregunto exactamente de qué parte creen que están.

Si bien los ataques que está recibiendo Europa parecen propios de una blitzkieg bastarda, ni son casuales ni son espontáneos. Una pretendida guerra de guerrillas descentralizada e incomunicada, para permitir que aún aniden dudas de si es la obra de descerebrados e inadaptados, expulsados del paraíso europeo de forma cultural y económica.

No, no hay nada ni remotamente parecido a ello. Es una forma estratégicamente pensada (y financiada) de esparcir el terror con más eficacia. De que la metralla se incruste profunda y dolorosa, restallando en carne viva en nuestra memoria colectiva. Es sólo una nueva forma en su guerra del terror, no una descabellada matanza de un "hijo de Sam" ni una asonada abortada en nombre-digamos que de Turquía, mejor hablar en otro foro.

Ni es casual ni es espontánea. La elección del verano, el momento en el que Europa se encamina a su respiro. Una época del año hecha de eventos, de viajes, de eventos. De multitudes que se mueven libremente.

Ni es casual ni es espontánea. Ataques dirigidos contra instancias ligadas al día adía: festivales, centros comerciales, iglesias, aeropuertos, estaciones. El horror de lo cercano, de la identifiación. Una estupenda forma de generar odio y alentar una xenofobia irracional, que es alimento para su monstruo.

Sartori, un intelectual comprometido e imprescindible en la Europa de hoy, nos regaló esto hace pocos días: "El que no dice 'guerra' cuando la hay es que pierde esa guerra. O sea que quien usa la palabra 'guerra' ve una cosa, y quien no la usa ve otra. Por tanto, ¿se está librando una guerra sí o no? En mi opinión, sí".

Las sociedades en los países árabes carecen de las libertades y del desarrollo democrático para exigir las responsabilidades y mostrar repulsa de la forma en que nosotros lo hacemos. Tampoco son el enemigo. Quien no vea claro el enemigo, no sólo se dirige a perder la guerra, sino que entorpece que podamos ganarla y defender nuestras libertades. Nuestra vida.

Sam terminó apresado y juzgado.