Siempre que llega el puente de agosto me hago la misma pregunta: ¿hay alguien ahí? Porque esta mañana de lunes me da la sensación de que la vida se ha parado. O, al menos, esa es la percepción de quietud que me invade cuando el verano parece haber alcanzado su culmen de parón y vacaciones para casi todos. Es curioso analizar el poder balsámico de la época estival. Hagan un experimiento y analicen el carácter de sus allegados llegados a este tiempo o disfrutado el descanso que tanto libera las cabezas de prisas y estrés. Cualquiera diría que se produce un milagro por el relax y buen humor de quienes se han dado cuenta de que la vida puede ser maravillosa. Mi amigo Marciano anda por Málaga estos días y se dedica a darme sana envidia enviándome fotos de whatsapp con delicias de la mesa y lugares estupendos donde disfrutar del ocio diurno y nocturno. Admiro esa capacidad para transmitir buen rollo cuando el cuerpo y la mente coinciden en ese mismo lugar que algunos llaman felicidad. La otra noche, por ejemplo, se me ocurrió que sería buen momento para asomarme a algunos de los espacios de moda de la ciudad en la que vivo. Y comprobé, de nuevo, que el verano sienta estupendamente al personal a tenor de las caras bronceadas, los sonrisas amplias y las ganas de pasarlo bien disfrutando de una noche con viento cálido por este oeste español, a veces tan seco y plomizo. Pero no. Todos los astros se aliaron a favor del placer y he de reconocer que yo también formé parte del festejo. Hasta los más mayores parecen más jóvenes y la belleza se multiplica por dos con el cutis limpio y maquillado y los cuerpos luciendo tipo. Y de las ganas de cenar y echar unos tragos, ni les cuento… Reconozco y admito que el verano sienta bien, muy bien. A veces hasta demasiado. Por eso, dénse hoy un homenaje porque el mundo se ha detenido. Asoménse a la calle y verán que parece que nada pasa. Parece inaudito. Y es que agosto es imparable.

*Periodista.