WEwstados Unidos ha reconocido que utilizó fósforo blanco en los ataques contra la insurgencia iraquí de Faluya hace un año. Se trata de un arma incendiaria que no discrimina entre objetivos militares y civiles, parecida a aquel napalm de triste recuerdo por su empleo en Vietnam hace 30 años. La nada creíble versión del Pentágono de que esas bombas se lanzaron contra los rebeldes, y no contra la población, se ha acompañado de un vano esfuerzo jurídico: utilizadas así, no están prohibidas por los pactos internacionales, que EEUU firmó, pero no ratificó para autoprotegerse como ahora.

Esta nueva ilegalidad se suma a una lista que crece con la impotencia del Ejército norteamericano para ganar la guerra de Irak. Las cárceles secretas, la tortura, los traslados encubiertos de sospechosos, la indignidad de Guantánamo, todas las violaciones de la Convención de Ginebra que Bush ha cometido desde el 11-S no han cortado una progresiva sangría de bajas. Son ya casi 2.100 los soldados muertos en Irak en menos de tres años, cifra equiparable a la que en 1970 hizo girar contra Vietnam a la opinión pública norteamericana. La vietnamización del conflicto de Irak es, pues, un hecho imparable que, como tal, cala ya en Estados Unidos.