Es una noche cualquiera, andas hacia casa con la oscuridad como única compañera y de repente oyes unos pasos lejanos, miras atrás pero no ves a nadie. Aceleras sin saber por qué. Los pasos se hacen más fuertes, más cercanos, peligrosos y echas a correr en los últimos metros hasta el portal, con el corazón a mil.

Ellas saben perfectamente de qué hablo, la mayoría se siente identificada. Ellos no se ven a sí mismos en esa situación.

En España ocurre una violación cada siete horas (al menos). De forma sistemática, desconocidos, hombres comunes deciden que el cuerpo de una mujer les pertenece. Hace cinco años, era una cada ocho horas.

Todos queremos eliminar, prevenir estas violaciones. ¿Pero hacemos lo suficiente? ¿Son proporcionadas las sentencias que se imponen a estos crímenes tan atroces, tan invasivos, tan perversos? Y, sobre todo, ¿estamos dispuestos a admitir de una vez que hay una relación directa entre el machismo y las violaciones?

Hay que acabar con el machismo, eliminar los privilegios que tienen los hombres. Esos privilegios que provocan que unos cuantos se crean con derechos sobre ellas y sepan que ejercerlos no les saldrá muy caro. Esos que convierten a las mujeres en objetos, cosas, meros cuerpos bonitos. Puestas ahí para ellos. Una tentación en la marquesina de los autobuses. Porque desearlas y querer tenerlas, (tenerlas al final) no es sólo culpa suya.

Por si no queda claro: en las violaciones no importan posibles provocaciones, no hay actitudes ni atuendos que invitaban, ni un rechazo mal expresado o un momento inadecuado para parar, ni confusiones. El foco no ha de estar en ella, sino en él. En el único culpable. Y para que eso ocurra, es necesario también que dejemos de usar conceptos como calientapollas, frescas, fáciles, ligera de cascos.

Pensemos en las víctimas, por favor. ¿Saben que las primeras leyes contra la violación fueron creadas para proteger el honor de los hombres, de los padres y maridos de las mujeres violadas? ¿Saben que hoy, como siempre, las víctimas de violación se ahogan en la culpa? Y mientras la sociedad, que somos todos nosotros, las agrede sin piedad, señalándolas con comentarios sobre su ropa, su actitud, su respuesta ante el agresor. Y ellas acaban dudando y deciden callar. Se saben juzgadas y callan. Por miedo, por vergüenza, porque es demasiado. Y entonces el delito queda oculto y ella, sola. Y aún así, una cada siete horas.

No son enfermos, locos, meros criminales. Son el peor producto del patriarcado. Y podemos eliminarlos si admitimos que es ese machismo, que todos permitimos y perpetuamos, el que da forma y osadía a los hombres que amenazan, que violan, que matan.