Escuchando, el otro día, en Garrovillas de Alconétar, a personas ilustres, y para mí muy respetadas, reflexionar y debatir sobre la situación de atraso de Extremadura dentro del V Foro de Debates del Club Sénior, me percaté de la verdadera razón del atraso de Extremadura: los extremeños, y muy particularmente los políticos y las clases establecidas, han somatizado la situación del retraso económico y social. Y saben ustedes lo que ocurre cuando uno somatiza una enfermedad..., que no logramos acertar en el diagnóstico y, menos, en el remedio.

Al día siguiente, nos dedicábamos en la feria del libro de Cáceres a firmar ejemplares de un libro que habíamos editado en el Club Sénior con un título que, según María Ángeles Durán, la primera mujer en obtener una cátedra de sociología en España, era inquietante y provocador: Qué nos pasa los extremeños para estar donde estamos. Fue entonces cuando se nos acercó un señor mayor, es decir dos veces «sénior», que se encaró con el titulejo de marras y nos espetó: yo sé qué nos pasa a los extremeños. Como tengo testigos, puedo reproducir con confianza, la razón que aquel señor, en la mañana soleada del santo patrón cacereño, nos dijo: a los extremeños nos pasa que todos queremos tener una subvención y nadie quiere ser empresario. Él dijo que lo era, que pertenecía al gremio del comercio, y se llevó tan pancho el libro bajo el brazo.

Desde hace seis años más de un centenar de personas nos preguntamos cada año qué nos pasa a los extremeños para estar donde estamos. En la Hospedería de Garrovillas, un año más, hemos tratado de indagar sobre las razones por las cuales Extremadura continúa siendo una tierra que expulsa a sus jóvenes a la emigración forzada. Me dirán que como el resto de las regiones de España. Y no es cierto: Extremadura, más que ninguna otra. Bastante más que las otras. Por supuesto que no es nada nuevo. Ha sido así a lo largo de los siglos. Y hasta nos hemos acostumbrado, como el cirujano se acostumbra, sin apenas inmutarse, a sajar tejidos enfermos o, como decía León Felipe, el sacristán recita los mismos rezos. Nos hemos mimetizado con el problema. Lo hemos somatizado: que somos los últimos en PIB y en renta per cápita..., pues ¿qué le vamos a hacer? Hay otros indicadores diferentes que nos demuestran que los extremeños no vivimos peor que los demás... y, siempre que lo escucho, le digo a quien me habla: no lo digas muy en alto, no vaya a ser que nos repliquen que vivimos bien con dineros ajenos...

En la Hospedería de Garrovillas diluviaron datos, informes, documentos, que demuestran que año tras año, la situación es la misma o muy parecida, o incluso peor... Y los del Club Sénior de Extremadura no nos preocuparíamos de los ranking y los indicadores si de ello no se derivara que los jóvenes extremeños emigran en mayor proporción que en el resto de España. Y ello significa no solo una pérdida demográfica, también una merma de talento y de recursos intelectuales. El mismo día en que aquel «supersénior» cacereño me dijo que él sí sabía qué nos pasa los extremeños, yo había recogido mis lechugas y cebollinos de la huerta y vi cómo, a aquella hora tan temprana, cruzaban la plazuela del Altozano de mi pueblo una bandada de escolares camino de las escuelas. Y me entró un dolor «étnico» tremendo, como el dolor que Ortega y Gasset decía que nos entraba a los españoles siempre que considerábamos nuestro pasado común. Porque supe a ciencia cierta que aquellos escolares eran carne y presa de emigración forzada. Como lo fuimos la mitad de los hombres y mujeres de mi generación. Claro que las cosas han cambiado. Los escolares de mi pueblo tienen ellos y sus familias una educación similar a la que tiene el resto de los escolares de otras comunidades autónomas. Y tan buena o mejor asistencia sanitaria que la de los otros territorios. Y probablemente mejores servicios sociales que los otros. Solo hay una diferencia: los escolares de mi pueblo, cuando ya están en edad de rendir, siguen siendo expulsados de su tierra.

En el salón de la Hospedería de Garrovillas, por cierto en el mismo sitio en el que un extremeño rebelde y bravucón, Alonso de Monroy, tomó prisionera a gran parte de la nobleza de Castilla, en aquel mismo salón, me dio por pensar en la tremenda resignación con la que la sociedad extremeña ha asumido su destino de permanecer donde siempre estuvimos, desde que Pedro de Valencia en 1596 clamara contra el abuso de los poderosos, o desde que Vicente Paíno en 1771 denunciara el atropello de la nobleza, desde que Meléndez Valdés en 1790 diera la voz de alarma o, a finales de este mismo siglo, fray Gregorio de Salas nos motejara de «indios de la nación» o desde que Juan Antero de Zugasti, en 1862, se preguntara por las causas del retraso de Extremadura, o desde que León Leal Ramos en 1932 se doliera en el Ateneo de Madrid del problema social de la tierra, o desde que... Pero, ¿qué puñetas nos pasa a los extremeños para estar donde estamos?

Una persona lista y responsable me dijo entre los soportales de la plaza porticada de mi pueblo: convéncete, hay dos Extremadura, la Extremadura instalada y la otra, la que no tiene sitio para sobrevivir: la Extremadura de la clase política, de los funcionarios y de los resignados. La otra Extremadura, el otro cincuenta por ciento, es la Extremadura siempre con el pie en el estribo.

Estoy convencido que mis colegas del Club Sénior de Extremadura militan en una tercera Extremadura: la Extremadura que reflexiona convencida de que lo nuestro tiene solución. Conocemos la razón de por qué los extremeños estamos donde estamos. Lo escuchamos en la Hospedería de Garrovillas de Alconétar. Lo habíamos ya escuchado en Guadalupe, en Alange, en San Martín de Trevejo, en Jerez de los Caballeros, y lo volveremos a escuchar el año próximo en Olivenza. En Garrovillas nos lo contó el presidente de la Unión de Cooperativas del Valle del Jerte y el director gerente de la Fundacion Maimona. La clase política extremeña ha somatizado el atraso de la región. Ese es el problema.