Las ediciones digitales han cambiado la filosofía de la información y representan una alternativa al periódico impreso, aunque todavía ambos son compatibles y complementarios. Aparte de la reducción de costes y de su mayor ecología, la digitalización tiene otras ventajas, como son la actualización constante de la información y el hecho de que los artículos puedan ser comentados. De este modo, el lector puede enriquecer la noticia con sus opiniones. Pero, como toda innovación, tiene sus pros y sus contras. Y, pasados los primeros momentos de candidez, aparecieron los comentarios irreverentes, provocadores o fuera de contexto. Me refiero a los que se conocen como trolls en los foros de internet.

La participación de los lectores puede animar el debate. Pero las opiniones estridentes y la descortesía o el incivismo acaban por atacar el sentido democrático de la información y molestan a los demás lectores.

Para atajar estos inconvenientes se han propuesto soluciones. Unos apuestan por impedir los comentarios; es decir, mantener sacralizada la noticia o la opinión. La mayoría no acepta esta postura porque piensa que el debate razonado y el intercambio reflexivo de ideas son positivos, dado que los comentarios permiten contrastar argumentos. También se afirma que es una forma de estimular al lector para enriquecer la opinión pública y expresar nuevos puntos de vista.

Existe, no obstante, casi unanimidad en no aceptar la libertad absoluta de participación. Para ello se han propuesto varias salidas. Una sería el filtrado previo de los comentarios; otra, la implantación de una persona que moderase las intervenciones online . La primera opción se descarta porque parece una forma de censura, salvo que el comentario constituya un flagrante delito. El moderador se perfila como la mejor solución, pero tiene un coste que la mayoría de los medios no pueden asumir y, además, muchos lectores no aceptarían de buen grado sus decisiones. Como es fácil advertir, el tema suscita múltiples reflexiones.