El Arrago pasa por este pueblo originando cascadas e incluso puede verse su nacimiento unos kilómetros más arriba. La pintoresca localidad de Robledillo de Gata, perteneciente al grupo de pueblos declarados conjunto de interés histórico artístico, y que sirve de vía de comunicación con la vecina Salamanca, se oculta al fondo de un angosto valle, como embebido de su propio secreto, consciente-inconsciente de su ser, un punto más original que los pueblos cercanos, tan bellos igualmente, tan silenciosos. Los bancales o poyos primorosos entran en la visión de los voladizos de teja árabe, en la secuencia irregular de las paredes de pizarra, cortadas como cartas de baraja, en los oscuros túneles de aire que desembocan en la luz. Y el agua está viva, no sólo en su rumor, sino en su aparición real.

Enmarcado por elevadas montañas, este curioso pueblo ofrece una magnífica panorámica de la zona desde lo alto del Puerto Viejo al que se accede por un camino que antaño fue calzada romana. En la parte más alta de la localidad se encuentra la iglesia de Nuestra Asunción, de planta hexagonal y con un hermoso pórtico circular, desde el cual se divisan los diversos bancales de viñedos o arboledas, así como la plaza principal del pueblo.

Esta iglesia fue construida en el siglo XVI. Por diversas calles hay varios pasadizos de madera y arroyos de agua clara. Los vinos de pitarra de Robledillo de Gata son famosos por toda La Sierra de Gata. Paseando por las calles se puede inhalar el penetrante aroma que proviene de oscuras bodegas donde se fermenta de forma artesanal el vino en viejas tinajas de barro, y disfrutar con la amena conversación de las gentes de este rincón serrano donde el presente es un calco del pasado.

EL CASERIO Llama la atención la estructura de su caserío, de tonos terrosos y rojizos tejados, su adaptación a la pendiente de la ladera, las tres y cuatro alturas de las casas, y como se asoma al río desde la umbría mirando los bellos bancales de huertos, viñedos y olivares de la solana.

Robledillo de Gata es un sueño construido con pizarra, madera y barro rojo, donde la mano del hombre ha ido tejiendo un paisaje evocador de callejuelas y pasadizos inverosímiles, capaz de transportarnos a un mundo de colores, olores y formas diferentes. Las calles son empinadas y estrechas, algunas transcurren bajo pasadizos o casas voladas formando pequeños túneles, provocando un constante juego de luces y sombras. En sus silencios y rincones se sienten flotar los siglos, quietos, suspensos, sin orgullo, con una sencillez montaraz.