En un vaso de agua hay tantos como humanos en la Tierra, pero no sabemos nada de la mayoría de ellos. Son virus, pero no matan a humanos (al menos, no directamente), sino a bacterias: por esto se llaman bacteriófagos, o fagos. Los científicos saben que existen desde hace un siglo pero estaban un poco pasados de moda. Sin embargo, en los últimos años han vuelto a la escena. El motivo: su capacidad letal se podría usar contra las bacterias que los antibióticos no consiguen matar debido las crecientes resistencias a esos fármacos.

En febrero, la fundación Bill y Melinda Gates convocó un proyecto para usarlos para la salud infantil. Francia está coordinando el primer ensayo clínico moderno de terapia fágica contra las quemaduras infectadas. Y un científico de Estados Unidos ha aprovechado el aniversario de su descubrimiento para declarar el 2015 año de los fagos. "Hay muchas empresas que están generando patentes con ellos como agentes microbianos", asegura Maite Muniesa, investigadora especializada en fagos de la Universitat de Barcelona.

MULTITUD Y aún quedan muchos fagos por descubrir. Se estima que hay diez millones de trillones de trillones en la Tierra, en todos los ambientes, incluso dentro el cuerpo humano, pero solo se ven con microscopios electrónicos. Están en guerra constante con las bacterias: les inyectan su ADN, las usan para reproducirse y luego las revientan con sus extremidades. Pero también tienen que ver con los humanos. Por ejemplo, el famoso brote de los pepinos fue causado por fagos. La bacterias causantes no habrían sido tóxicas si unos fagos (probablemente de las aguas del río contaminado con que se regaron las plantas infectadas) no le hubieran inyectado unos genes letales. Las toxinas del cólera y la difteria se las inyectan a las respectivas bacterias unos fagos. Incluso podrían afectar al clima: si ganaran las bacterias marinas que absorben el CO2, se liberaría una gran cantidad de gas en la atmósfera.

El momento de gloria de los fagos fue a mediados del siglo pasado, cuando en el bloque soviético se empezaron a utilizar para tratar infecciones. "Aún hoy, en Georgia se suministran para tratar infecciones urinarias e intestinales", explica Mark van Raaij, que investiga con fagos en el Centro Nacional de Biotecnología de Madrid. Los fagos también se usaron en las primeras técnicas de secuenciación del ADN, pero luego se quedaron en la trastienda de la biología. "Hoy estamos viviendo una segunda edad de los fagos porque se ha descubierto que hay muchísimos y gracias a los avances de la secuenciación se puede identificar fácilmente su ADN", dice Welkin Chambers, investigadora de la Universidad de Pittsburg.

Desde el momento en que se dispararon las alarmas porque el abuso de antibióticos genera bacterias resistentes, los investigadores van desesperados en busca de alternativas. Es en este contexto que una comunidad pequeña, pero consolidada, espera que los fagos vuelvan al ruedo. Se estima que las resistencias producen 25.000 muertes al año en Europa. "Es un mercado pequeño para la inversión de las farmacéuticas, pero se prevé que el problema vaya creciendo y el sector público está invirtiendo más", comenta Gregory Resch, de la Universidad de Lausana.

Los fármacos soviéticos nunca pasaron por ensayos clínicos convencionales que confirmaran su efectividad y excluyeran riesgos. El primer ensayo lo empezará en junio un consorcio franco-belga-suizo llamado Phagoburn y financiado por la Unión Europea. "En los próximos dos años vamos a ensayar dos cócteles de fagos que atacan dos clases distintas de bacterias en 220 pacientes quemados con heridas infectadas", explica Resch, responsable científico del ensayo. La ventaja de los fagos respecto al antibiótico convencional es que matarían solo las bacterias malas, sin tocar la flora buena.

PRUDENCIA Sin embargo, diversos expertos llaman a la prudencia. "No son una molécula cuyo comportamiento está bien definido, sino un ente biológico: da más respeto aceptarlos como fármacos", afirma Van Raaij. "Es importante caracterizarlos bien para que no codifiquen toxinas", puntualiza. Muniesa apunta a otro riesgo. "Estudiamos fagos en muestras ambientales y encontramos muchos genes que producen resistencia a los antibióticos en las bacterias. Creemos que cuando matan una bacteria se llevan su ADN: así que podrían transportar a la sucesiva bacteria trozos de ADN que producen la resistencia", alerta. Resch contesta que en su ensayo se usan fagos que solo matan las bacterias sin manipular su ADN. El tiempo dirá si la segunda edad de los fagos acabará en triunfo o no.