TNto resulta fácil definir las características de un pueblo cuando se puede caer en generalizaciones y prejuicios que, en poco o nada, tienen que ver con la realidad de la calle. Mucho más de lo que nos creemos, Extremadura y Andalucía somos sur, unidos por una frontera invisible que nos hace sentirnos, por nuestra extensión y carácter, en una gran península con valores comunes. Digo esto porque compruebo durante estos días las coordenadas que me hacen sentirlo así. Sí, porque además del calor que compartimos ahora, andaluces y extremeños somos hermanos en una forma de vivir la vida, de sentir que el sol es aliado para que la calle sea nuestra y la luz gobierne las acciones del día a día. Silenciosa unas veces, como al contemplar la caída del sol en verano, o ruidosa en otras, cuando el sonido de la fiesta se transforma en jolgorio, la comunión de dos regiones debería servir aún más como polo de atracción para el norte. Unidas por autovía, pero separadas por el tren, cada vez hay más conductores del centro que aprovechan la ruta por carretera para llegar hasta las playas. Quizá sería buena idea aprovechar ese flujo de viajeros que deciden evitar Despeñaperros para cruzar por Trujillo y Mérida hasta Sevilla y llegar así hasta el mar. Ese corredor ya existe y es una oportunidad de desarrollo porque, si Andalucía y Extremadura tienen fuerza, será siempre a cuenta de su oferta turística, esa que tanto atrae con solo mirar un paisaje. Lástima que tan pocas veces sea noticia que dos comunidades autónomas se unan para hacer algo en común. Con lo fácil que sería solo con poner en un escaparate todo lo que ya brilla ante nuestros ojos.