Los 117 cardenales encargados de elegir al nuevo Pontífice han sido avisados de que deben emprender de inmediato el viaje hacia Roma. Algunos tienen un trayecto sencillo, como los 20 representantes italianos, pero otros llegarán de lugares tan remotos como Apia, la capital de Samoa, o Wellington, en Nueva Zelanda. El cónclave es una elección sumamente democrática, con representantes llegados de los cinco continentes, aunque luego acaba con la designación de un monarca incontestado.

El Vaticano, en una comunicación urgente enviado por la mañana, ya había advertido a todos los electores de que el Papa se encontraba agonizante. Todos ellos tuvieron que interrumpir de una u otra manera lo que estaban haciendo. El belga Godfried Danneels, por ejemplo, se encontraba en China desde hacía sólo cuatro días y se disponía a visitar la región norteña de Shenyang. El australiano George Pell, que se hallaba en Jerusalén, cambió el billete de regreso a Sydney por otro que le llevará a Roma. Francisco Javier Errazuriz, de Santiago de Chile, interrumpió una visita a Puyuhuapí, en el sur del país, para regresar a la capital. El presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, Walter Kasper, que estaba en Bulgaria, regresó precipitadamente a Roma, dejando para otra ocasión un importante encuentro con Maxim, el patriarca de la Iglesia ortodoxa búlgara.

NO SIEMPRE TAN FACIL La constitución apostólica Pastor de Todo el Rebaño, que dicta las normas sobre la transición de un Papa a otro, establece que "desde el momento en que la sede apostólica esté legítimamente vacante, los cardenales electores presentes (en Roma) esperen durante 15 días completos a los ausentes". El documento deja al Colegio de Cardenales "la facultad de retrasar, si hubiera motivos graves, el comienzo de la elección algunos días, pero pasado el máximo de 20 días (desde el fallecimiento) todos los electores presentes están obligados a proceder a la elección". El cardenal camarlengo, actualmente el español Martínez Somalo, es quien fijará la fecha.

Aunque actualmente no es difícil llegar a Roma en pocas horas desde cualquier parte del mundo, muchos cardenales pasaron apuros en épocas no tan lejanas. Además, algunos eran tan pobres que no tenían dinero para costear un viaje en avión. En este segundo caso era el Vaticano quien le hacía llegar al interesado un billete prepagado.