María Antonia Trujillo, nacida en Peraleda del Zaucejo hace 43 años, separada y madre de un hijo, entró en política casi de puntillas. Hasta hace cuatro años, esta licenciada en Derecho, definida por quienes la conocen como metódica, estudiosa, con gran capacidad de asimilación y, sobre todo, enormemente trabajadora, centraba su actividad en la Universidad de Extremadura, donde es profesora titular de Derecho Constitucional.

Sus desvelos abarcaban entonces la docencia, y la investigación en campos como el desarrollo constitucional y, muy especialmente, el estudio de los conflictos de competencias que surgen cuando las comunidades autónomas empiezan a asumir parcelas de decisión.

Como pruebas de esa dedicación, su curriculum acumula premios, menciones, libros, ensayos y artículos.

Sin embargo, todo cambio cuando, a principios del 2000, el entonces consejero de Presidencia y Trabajo, Victorino Mayoral, es incluido en las listas socialistas al Congreso para las elecciones que se celebrarían meses después. Mientras Rodríguez Ibarra sopesa a quién designar para cubrir la vacante, alguien le habla de una profesora universitaria que auna preparación con capacidad de trabajo, y el presidente de la Junta acepta la sugerencia.

Así, Trujillo, definida en el terreno personal como independiente, constante, con un punto feminista y elegante pero no coqueta, se incorpora al Gobierno, asumiendo la cartera de Presidencia, mientras Trabajo pasa a manos de Violeta Alejandre.

Algo debió ver Ibarra en la labor de su nueva consejera (hay quien dice que incluso a su posible sucesora política) cuando tres años después, tras las autonómicas del 25-M, la pone al frente de la consejería más inversora, la de Fomento, con el encargo de continuar el plan de autovías regionales, negociar mejoras ferroviarias y, sobre todo, diseñar un plan de vivienda para Extremadura, que debía no sólo mantener lo que se estaba realizando --vivienda social y autopromoción-- sino ampliarse al colectivo eternamente excluído, el de las rentas medias.

A ello se pone Trujillo, supliendo con dedicación e interés por aprender su bisoñez en este campo, y de su trabajo nace un modelo que ya es referencia, pese a que aún no se ha empezado a desarrollar. Ideas como regalar suelo urbanizado a los promotores para que hagan casas a precios razonables para familias con rentas medias y medias-altas, son vistas como una posible solución al disparate de precios de la vivienda.

Además, y aunque haya pasado más desapercibido, sus iniciativas también afrontan el verdadero escándalo que suponen los numerosos pisos vacíos, y ofrece para fomentar el alquiler una garantía de pago para los propietarios avalada por la propia Administración.

De este modo, cuando Zapatero muestra su intención de crear un ministerio específico para estas cuestiones, Ibarra le facilita el modelo a seguir y la persona idónea para desarrollarlo, y el nuevo presidente del Gobierno no lo duda.

Hay ya quien se muestra excéptico en cuanto a que el proyecto de Trujillo pueda trasladarse a todo el país, lo que no parece acobardar a la nueva ministra, que enfrenta a los obstáculos su tesón y diálogo.

Y es que el razonamiento ante este nuevo reto es claro: si se viene achacando el incremento del precio de la vivienda a la escasez de suelo y, por simple ley de oferta y de-manda, la carestía del que queda, ¿qué ocurriría si los promotores tuvieran el suelo gratis y urbanizado?

Por eso, cuando alguien insinúa que su incorporación al Gobierno de Madrid es una cuestión de cuota, María Antonia Trujillo prefiere callar; ya hablarán los hehehechos.