La vida sigue y la estación de Atocha fue ayer un buen ejemplo. Aunque la afluencia de viajeros bajó a la mitad de otros viernes, los andenes volvieron a llenarse de vida para rendir un homenaje a las personas que, sólo 24 horas antes, quedaron destrozadas por la barbarie de unos asesinos que atacaron con bombas cuatro trenes repletos de obreros y estudiantes.

Para los usuarios de las líneas ferroviarias que unen el Corredor de Henares con Madrid la mañana de ayer no era un día más. La rutina quedó rota el jueves cuando a las 7.39, tres mochilas bomba reventaron el tren que había entrado en la vía 2 de la estación central de Atocha. 40 personas perdieron la vida. Un minuto más tarde, a sólo 800 metros de allí, cuatro artefactos mataron a otras 59 personas.

Pero la vida sigue y ayer tocaba trabajar. Los usuarios hicieron de tripas corazón y volvieron a los mismos apeaderos a los que acuden, a la misma hora, cinco días a la semana. Pero sus miradas eran distintas. En sus ojos aún se veía su dolor, su rabia, su indignación, su impotencia y su incomprensión.

Buscando con la mirada

Sin embargo, algo había cambiado. Para la mayoría no fue fácil hacer el mismo recorrido y subirse, con la rutina que dan los años, a los mismos vagones. Buscaron con la mirada a los que faltaban, a los que vieron por última vez el día antes y que quizás murieron porque ese día cambiaron de convoy. Les podía haber pasado a cualquiera de ellos. Ayer, sus ojos decían lo que sus palabras callaban: "Me alegro de que estés bien".

José Manuel Lozano, trabajador del Banco Atlántico, era uno de los viajeros del tren que reventó en Atocha. Han pasado 24 horas y no se le va de la cabeza una imagen, la de tres rumanos a los que, cada día, veía en la estación. "Siempre se saludaban con la mano, pero ayer se subieron a otro vagón, al que explotó", explicó.

Otro viajero de ese tren, Alvaro Sierra, de 20 años, también relataba su peor recuerdo: "Se me ha quedado grabada la imagen de una persona a la que todo el mundo pisaba cuando salía huyendo del vagón tras la explosión. Salir de ahí fue muy complicado porque las escaleras mecánicas de la estación se convirtieron en un embudo".

Las vías de la estación de Atocha también fueron testigos de otros homenajes. Los de los viajeros que, en un sepulcral silencio, observaron con horror los restos del tren siniestrado, que aún estaba en la vía para que la policía hallara pistas. Los usuarios también se conmovieron cuando contemplaron las banderas que los vecinos de la calle de Téllez, pegada a Atocha, habían colocado en sus balcones, la enseña nacional con el crespón negro.

Natividad Agrelo, que cada día se traslada desde Parla a Madrid, negó, con lágrimas en los ojos, que los terroristas la hayan derrotado. "No nos han acobardado, el pueblo tiene que ayudar. Tenemos que estar fuertes y hacerlo por las víctimas", enfatizó. También afirmó que no se había colocado un crespón negro en la solapa de su abrigo. "Yo lo llevo en el corazón".

La vida sigue

Carolina Calvo, una estudiante de 18 años que utiliza el tren para trasladarse desde Puente Alcocer hasta Madrid, contó que su madre le había pedido que utilizara otro medio de transporte. "Pero yo le he dicho que la vida sigue y que si me tiene que pasar algo, me pasará".

La jornada también fue diferente para los trabajadores de Atocha. El recuerdo de la masacre estaba presente en todas las conversaciones. Los que peor lo pasaron fueron los encargados de la limpieza. Francisco, uno de ellos, reconoció: "Ha sido una experiencia horrorosa, estamos aturdidos de pensar lo que nos podía haber pasado, nacimos ayer por el jueves. La línea en la que estallaron las bombas es la que más afluencia de público tiene". Su compañera, Azucena, declaró: "Nos hemos salvado de milagro. Muchos de los trabajadores que estamos aquí sentimos que algo nos ha tocado".

Además, los viajeros improvisaron en la cúpula de la estación un altar en el que depositaron flores, velas, dibujos con palomas blancas tapadas con crespones negros y mensajes en los que se podía leer: "Vuestro dolor es nuestro dolor".

Sin embargo, esa vida que empezaba a recuperarse quedó, de nuevo, suspendida durante 10 minutos a mediodía. Un falso aviso de bomba provocó un nuevo desalojo de la estación. De nuevo, las sirenas de la policía volvían a ser las protagonistas y se revivieron las escenas de pánico. Empleados, viajeros y curiosos abandonaron la estación, mientras la policía cortaba la circulación y pedía a gritos a los ciudadanos que se alejaran lo más que pudieran.

Una de las viajeras afectadas fue Alicia, una malagueña que había ido a Madrid a visitar a sus hijas. "El tren de Málaga iba a salir a las 12.30 y comenté con mi marido que era extraño que no hubiera salido el AVE previsto para las 12. De pronto vimos correr a las camareras. La policía empezó a gritar que nos fuéramos. La gente empezó a correr. Se dejaban las maletas. Ha sido horrible. Qué susto más grande".

A las 12.15, la estación volvió a abrirse. El comité de empresa de Renfe depositó un ramo de flores en la vía 2 y encendió una vela en los andenes en homenaje de las víctimas. El presidente de los ferrocarriles, Miguel Corsini, agradeció a los trabajadores su esfuerzo para reparar los desperfectos.

Todos aportaron su granito de arena. Santiago Pino, portavoz del sindicato de maquinistas, explicó que, a pesar del horror, había que recuperar la normalidad. Así pasó. Los viajeros volvieron a la estación.