La Política Agrícola Común (PAC) está de aniversario: cumple cincuenta años, la mitad de ellos transcurridos desde que España entró a formar parte el 1 de enero de 1986 de lo que entonces era la Comunidad Económica Europea (CEE). En estas dos décadas y media el apoyo de Bruselas al sector primario extremeño ha ayudado a que se produzca más y mejor, a modernizar las explotaciones, a consolidar los movimientos cooperativos o a poner en marcha no pocas industrias. Solo en la última década, los pagos directos a los agricultores extremeños, uno de los pilares fundamentales de la PAC, rondan los 6.000 millones de euros.

Pero, ¿cómo era el campo extremeño antes de Europa? La región era ya una potencia agraria. El sector primario suponía un 14% del PIB autonómico (frente al 8,3% actual) y concentraba el 30% de los ocupados (en torno a un 10% a día de hoy). En lo referente a la ganadería, había grandes superficies de pastizales y dehesas en las que se alimentaban las cabañas de ovino y vacuno de carne junto a un relativamente reducido número de efectivos de porcino, especie muy castigada entonces por los estragos que hizo la peste africana. En lo tocante a la agricultura, predominaban los cultivos cerealísticos combinados con otros de oleaginosas y algunas legumbres. La hortofruticultura se perfilaba ya como una actividad emergente mientras que el olivar y la vid, aunque ocupaban grandes espacios, tenían una vocación de mercado prácticamente nula. En general, el tejido agroindustrial era muy reducido. "Muchos productos no estaban ni siquiera en condiciones de salir al mercado", cuenta Ramón de Arcos, ingeniero técnico agrícola y jefe de sección del Ministerio de Agricultura en Extremadura durante esos años.

En su opinión, es "indiscutible" la contribución de las ayudas europeas a "la modernización" del campo extremeño y a que las producciones ganasen en calidad, aunque también aventura que quizás "no hayamos sabido aprovechar con toda la eficiencia posible la gran cantidad de recursos que se han recibido". En este sentido, incide en que la gran asignatura pendiente del campo extremeño sigue siendo, "en muchos productos, la transformación o la segunda transformación" y, de forma casi generalizada para todo el sector, la falta de "comercialización". "Es ahí donde está el valor añadido", recalca.

De Arcos indica que el nuevo sistema de ayudas supuso para los agricultores "burocratizar bastante las explotaciones", y que, aunque no fue un cambio "complicado, como todo lo nuevo, al principio genera miedo, rechazo y confusión".

José Miguel Coleto, ingeniero agrónomo y doctor en Económicas también resalta los importantes beneficios que supuso la entrada en la CEE. Para empezar, el campo dejó de estar tan condicionado por los vaivenes climatológicos, gracias al aseguramiento de las rentas. Sin este factor, ejemplifica, a los agricultores les hubiese sido mucho más complicado sobrevivir a la intensa sequía de la primera mitad de la década de los noventa. Además, añade, "nos ha preparado para un mercado en el que no solo hay que producir, sino que hay que producir con calidad y seguridad alimentaria". Algo de lo que son buena prueba la docena de denominaciones de origen e indicaciones geográficas protegidas que existen actualmente en Extremadura. Ninguna de ellas estaba activa hace 26 años.

Coleto señala que, tras la incorporación a Europa, la evolución de la renta agraria en la región se ha desarrollado en tres fases diferenciadas, coincidiendo con reformas llevadas a cabo por Bruselas. Así, entre 1986 hubo un periodo de transición, con un crecimiento lento, mientras que a partir de 1992 la mejora del campo extremeño fue "espectacular". Sin embargo, la evolución se estancó a partir de inicios de la década pasada e incluso en los dos últimos años se han experimentado descensos de producción en términos reales.

En este periodo la productividad del campo extremeño (lo que se factura por ocupado) prácticamente se ha multiplicado por tres, si bien, precisa este experto, esta significativa evolución no se trasladado en igual medida a la renta agraria, algo de lo que tienen la culpa varios factores. Uno de ellos son los precios. "Producimos más con menos costes pero, en términos reales --descontada la inflación--, la mayor parte de los productos se venden más baratos".

Por ejemplo, apunta, un kilo de maíz se cotizaba a 31 pesetas hace dos décadas y media. Ahora, a unas cuarenta, lo que en términos reales supone una pérdida de valor de "entre un 20% y un 25%". Además, agrega, el sector sigue sufriendo otros "estrangulamientos", entre los que cita los problemas para financiarse y las vías de comunicación. "Nuestra fruta tarda dos días y medio en salir de España. Son dos días y medio más que se tarda en llegar a los mercados europeos, algo que no ocurre con la que producen en Lérida o en Aragón".

También ha variado la estructura del sector primario en la región. La ganadería ha ido equilibrando su peso con el de la agricultura, gracias al sistema de primas que estableció la reforma del 92. Así, el número de cabezas de bovino ha pasado de 359.040 a 787.237 entre 1986 y noviembre del 2011 y el de las de ovino de 2,3 millones a 3,5. No obstante, la evolución más llamativa ha sido la del porcino (de 394.612 cabezas a más de un millón) a pesar de que el sector nunca recibió ayudas directas. "Es el exponente más claro de lo que se puede conseguir apostando por la calidad del producto y por la conquista de nuevos mercados", resalta de Arcos, que insiste en que el resto del sector cárnico --incluido el porcino para carne en fresco-- sigue "haciendo aguas" en lo que atañe a transformación y comercialización. "No tenemos una red de mataderos industriales", arguye.

La hortofruticultura también ha ganado mucho terreno. El cultivo de tomate para industria ilustra a la perfección este avance. La superficie se ha duplicado (de 11.582 hectáreas a más de 24.000) y la producción se ha multiplicado por cuatro (actualmente supone el 80% del total español), gracias a que además de un aumento del terreno cultivado también se ha progresado extraordinariamente en los rendimientos. Antes se obtenían entre 30 y 40 toneladas por hectárea. Ahora se pueden superar las setenta. De este cultivo viven unos 1.700 agricultores y hay funcionando trece industrias transformadoras.

SECTOR OLEICOLA El del aceite es otro sector que ha vivido una transformación significativa en las últimas dos décadas. Las almazaras extremeñas ya habían comenzado su reconversión antes del 86, si bien la adhesión a Europa resultó fundamental para su desarrollo. "En una primera etapa permitió valorizar las pequeñas plantaciones, que hasta los años 60 y 70 se arrancaban", subraya José Luis Llerena, responsable de la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación del Centro Tecnológico Agroalimentario de Extremadura (Ctaex). Llerena destaca la financiación de programas de sanidad vegetal que han permitido mejorar la calidad del aceite --"Sin una aceituna sana es imposible hacer una aceite virgen de calidad", argumenta-- y la promoción que se ha llevado acabo del consumo. Igualmente, recuerda que los fondos europeos han contribuido a que hoy exista en la región una industria aceitera "muy potente y muy tecnificada".

En su opinión, el suplemento a la renta de los olivareros sigue siendo clave para zonas como La Serena o Gata Hurdes, donde aunque no se consiguen unos rendimientos muy elevados, el del olivar es un cultivo "estratégico", que sirve para fijar la población al territorio.

La política agrícola europea también trajo inconvenientes. "En algunas ocasiones fue errática", explica Ramón de Arcos. El sistema de incentivos fomentó la aparición de cazasubvenciones . "Se pusieron muchas plantaciones de girasol, que luego desaparecieron y hubo aberraciones como las del lino", cuenta. También castigó a algunas actividades. El vacuno de leche, sector "no muy importante, pero sí significativo" en Extremadura antes de la integración, quedó desmantelado. Europa era muy excedentaria en producción de leche, lo que propició que se dieran "facilidades grandísimas" para abandonar. Eso, y las exigencias relacionadas con la calidad, acabaron por reducirlo al mínimo.

Desde el lado de las organizaciones agrarias, Ignacio Huertas, secretario general de UPA-UCE, señala que "la PAC nos ha ayudado a ser más competitivos, modernizar las explotaciones, a poner en marcha los movimientos cooperativos o a crear un tejido industrial significativo". Con todo, a su juicio, "lo verdaderamente importante han sido los consumidores europeos de nuestros productos, el acceso a un mercado que antes nos estaba vedado. Extremadura es una región exportadora". En este punto, cita al sector frutícola. "Un 80% de la fruta extremeña que se exporta va a países europeos. Es un sector que nació prácticamente por la demanda de este mercado".

Sin embargo, y aunque la valoración global "es positiva", Huertas lamenta que en los últimos años se haya producido un "deterioro" de la PAC. "Se han desmantelado muchos de sus principales contenidos", asegura. Así, critica que progresivamente se hayan ido desvinculando los pagos que recibe el agricultor de lo que se produce --desacoplamiento-- algo que, razona, ha perjudicado a las "las explotaciones familiares y profesionales" en favor de los grandes propietarios. Un reciente informe de Veterinarios sin Fronteras asegura que en España "un 16% de los beneficiarios de la PAC se quedan con el 75% de todas las ayudas".

Igualmente, Huertas reprueba que se hayan "cargado los mecanismos de intervención, pero que el agricultor está atado de pies y manos para negociar sus precios" y sostiene la conveniencia de que estos pudieran ser negociados a través de las interprofesionales.

Por su parte, Angel García Blanco, presidente de Apag Asaja Cáceres, se muestra aun más crítico con los efectos de la PAC. Reconoce que los pagos a los agricultores han servido para que haya "un aseguramiento de su nivel de renta", pero añade que al mismo tiempo han impedido que se produzca "una fijación libre de los precios según la demanda existente". En este sentido, afirma que industrias como la del "tabaco o el tomate" han acabado descontando las ayudas de lo que pagaban a los profesionales del campo por sus productos.