Miedo. Así de tajante se muestra Amanda Ramos, la psicóloga del centro de refugiados ante la pregunta de qué será lo que sentirán las familias que lleguen a Extremadura esta semana. Miedo y desconfianza, concluye. Aunque no ha trabajado con refugiados antes, la joven tiene seguro que le esperan cuadros clínicos de ansiedad, depresión o estrés postraumático, el diagnóstico que más se repite en zonas de conflicto. Tendrá que lidiar para, según apunta, «ofrecerles una estabilidad emocional». Solo cuando Amanda concluya su trabajo, podrán desarrollar su vida con normalidad. No es cuestión de días. «Solo intentan hacer una vida, como cualquiera, estar con su familia», apunta. «Intentan no estar en peligro de muerte continuo», completa Francisco, uno de los trabajadores sociales. Lamenta la lentitud de los trámites y de la burocracia y asegura que la situación de los refugiados sirios es contraria a la del resto. «Lo que quieren la mayoría es volver a casa, pero en el caso del conflicto sirio, muchos ya no tienen casa a la que volver», sostiene.