En la zona acotada junto a la escalinata del Capitolio, el rumor llegaba en oleadas hasta convertirse en bramido. Al principio no lograba identificarse, pero poco a poco se hacía inteligible. Era la multitud (se estima que dos millones de personas) que, a espaldas de los privilegiados que pudieron ver de cerca la toma de posesión de Barack Obama, coreaba "Obama, Obama".

Era un grito de aclamación pero también de ilusión y esperanza, la que ha generado un nuevo presidente que agota los sinónimos de histórico y que en su discurso de investidura prometió que, con responsabilidad y unidad, EEUU renacerá pese a los "graves desafíos". Un nuevo presidente que rompe esquemas hasta en un asunto tan sagrado como la seguridad: él y su mujer, Michelle, cubrieron andando gran parte del desfile por la avenida de Pensilvania, algo que no sucedía desde la toma de posesión de Jimmy Carter.

ALTO VOLTAJE EMOCIONAL Fue una jornada de alto voltaje emocional la de ayer en Washington. Desde la madrugada, miles de personas (con una aplastante asistencia de negros) se dieron cita en el National Mall con temperaturas bajo cero para asistir, aunque fuera desde la distancia, a la toma de posesión del primer presidente negro de la historia. Fue la investidura más esperada, la más celebrada, la más multitudinaria y la más diversa. El monopolio blanco del poder se ha roto por su cargo más alto, y los nuevos tiempos fueron simbolizados por el glorioso sombrero que lució Aretha Franklin, que cantó en la ceremonia, y la sonrisa incrédula de Sasha y Malia, las hijas de Obama.

La carga emocional del acto pareció traicionar incluso al frío Obama, que se equivocó en la primera frase del juramento. Fue ese su único momento de debilidad, y poco después se dirigió por primera vez como presidente a sus conciudadanos con un discurso sobrio, sin fuegos artificiales oratorios, en el que marcó los pilares de su presidencia: EEUU vive tiempos muy duros, pero con responsabilidad, trabajo y esfuerzo el país volverá a "liderar el mundo".

No escondió Obama las dificultades que afronta el país, sobre todo la crisis pero también dos guerras de incierto desenlace, el deterioro de su imagen, de su sistema de libertades, de su preeminencia en el mundo e incluso de su autoestima. "Hay un debilitamiento de la confianza a lo largo de nuestra tierra; un temor persistente a que el declive de América es inevitable", diagnosticó el nuevo presidente.

Para ello, Obama decretó el inicio de una nueva "era de la responsabilidad", en la que las discusiones estériles que han plagado y bipolarizado el debate político se han acabado ("La pregunta que nos hacemos hoy no es si el Gobierno es grande o pequeño, sino si funciona"). Con su llegada a la Casa Blanca nacen unos nuevos tiempos basados en el trabajo, el pragmatismo, los sacrificios y el sentido común. "Desde hoy mismo, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y volver a empezar la tarea de rehacer América", dijo.

Apenas prometió nada concreto Obama más allá de trabajo duro (sí citó explícitamente que se devolverá Irak a los iraquís) y pensar a lo grande, con ambición. Hubo autocrítica ("Nuestra economía está muy debilitada por la ambición e irresponsabilidad de unos pocos pero también por nuestro fracaso colectivo para tomar decisiones duras") y cierto baño de realidad para situar las expectativas en su justa medida; un mensaje rotundo contra el terrorismo ("No nos disculparemos por nuestra forma de vida ni flaquearemos en su defensa. Os derrotaremos") y una mano tendida a los países musulmanes y al resto del mundo que quiera ser amigo de EEUU. Pero sobre todo hubo una misión común, una comunión entre lo mejor del pasado para afrontar el presente y labrar un futuro mejor.

APUESTA POR EL SUEÑO Fue, en definitiva, el discurso de un presidente que por el color de su piel y su biografía demuestra que el sueño americano de vez en cuando funciona y que, por tanto, hay motivos para continuar apostando por él. Justo lo que necesita este país en estos momentos.

Algunos comentaristas han dicho estos días que el siglo XXI empezó ayer en EEUU. Los ocho años reales de la centuria han sido tiempos oscuros, simbolizados en el mandato de George Bush, que empezaron con los atentados del 11-S y acaban con la mayor crisis económica desde la depresión. Contra todo ello han reaccionado los estadounidenses con la elección de Obama. Pero, en realidad, celebrando a Obama los estadounidenses se están celebrando a ellos mismos, y confiando en él confían en su propia capacidad de renacer bajo la dirección adecuada. Lo dijo el propio presidente en el almuerzo posterior a la toma de posesión: "Todo esto no va sobre mí, sino sobre el pueblo americano. Estos son momentos de grandes riesgos pero también de grandes esperanzas".

Tras ese almuerzo, se celebró el desfile y por la noche, madrugada de hoy en España, Washington se llenó de bailes de gala. Fue la última fiesta antes de ponerse manos a la obra. "El futuro nos está mirando", rezaba el cartel de mujer en el Capitolio que se pasó toda la ceremonia llorando.