¿Qué puede tener en común un alcohólico de 50 años, sin empleo, con un profesional de 35 con ingresos medio-altos? Aparte del sexo, quizá el hecho de que cualquiera de los dos puede ser un maltratador. Y es que estudios y estadísticas han roto el estereotipo de que quienes ejercen la violencia doméstica son personas de nivel cultural e intelectual bajo, con escasos ingresos, alguna adicción y una familia desestructurada.

En ese ámbito social se dan agresiones, es cierto, pero también en familias aparentemente normales , bien situadas económicamente, y donde el maltratador presenta una doble cara: encantador, bien educado e ingenioso de puertas afuera, se transforma en una bestia al traspasar el umbral del hogar.

Según los fríos datos, el maltrato es cosa de hombres , que son los que protagonizan el 90% de las agresiones, dirigidas en la mayoría de los casos contra su pareja --estén o no casados--, aunque tampoco se libran lo hijos ni siquiera los padres. En cuanto a la edad, suelen tener entre 31 y 50 años, pero también se dan casos muy precoces, incluso en menores.

Obsesión por dominar

A partir de ahí se rompe cualquier posibilidad de elaborar un perfil. Si acaso, como señala la psicóloga Begoña Barras, el único nexo que puede volver a unir a los maltratadores es que prevalece el afán de dominación, la consideración de que la mujer es algo que le pertenece. Por ello, Barras descarta las explicaciones que hacen referencia al amor o la pasión. Nada de eso hay tras la agresión, sólo inseguridad o, como señala el forense granadino Miguel Lorente, deseo de sometimiento.

Por ello, Lorente agrega que no hay enfermedad mental en el agresor, ya que utiliza la violencia de manera calculada, para obtener sus fines, y no pretende herir a la mujer, sino tomar su control, y los insultos, humillaciones y golpes son sólo un instrumento para ello.

De este modo, el forense pone el acento en un error muy común: tomar la agresión como elemento que define la violencia doméstica, cuando en realidad la agresión es un hecho puntual, aislado, en un ambiente de maltrato sostenido, más psicológico que físico en la mayoría de los casos.