Rota por el dolor y deshecha en lágrimas, la familia real, al término del funeral de Estado celebrado en Madrid por las víctimas del 11-M, se fundió con todas y cada una de las familias de los fallecidos, formando una sola familia. No hubo sitio para el protocolo porque la proximidad empática de la familia real con los suyos, el pueblo malherido, lo impregnó todo. Si en los corazones heridos por la barbarie quedaba algún resquicio para el consuelo, éste lo llevó la familia real, más real que nunca, al identificarse plenamente con unos ciudadanos a los que la tragedia les ha cambiado sus vidas para siempre. Una vez más, el saber estar de los Reyes se ha convertido en una lección impagable para todos.