El bullying es un monstruo de tres patas. Con sus tres patas ronda los pasillos y patios de los colegios, dejando secuelas emocionales y conductuales en la infancia. La primera pata es la criatura abusadora, ese niño o niña que humilla, ridiculiza, desvaloriza o agrade físicamente. ¿Qué le pasa a esta personita para necesitar colocarse por encima de otra, hacerse grande haciendo a otra pequeña? ¿Cómo aprendemos a violentar a los demás?

No hay abusador/a sin la segunda pata, la criatura abusada, el niño o niña objeto de las burlas y el maltrato, y que además lo asimila como propio. ¿Qué le pasa a esta personita que no puede poner un límite y se traga la agresión? ¿Cómo aprendemos a defendernos?

La violencia es abuso de poder, donde una parte se hace fuerte a costa de la otra. El poder es la capacidad de influir en las demás personas. En la infancia somos mayoritariamente influidos por las personas adultas y poco influyentes. Según vamos creciendo la balanza se va equilibrando.

¿Qué ocurre si en este proceso de crecimiento nos sentimos dañados/as o violentados/as? A veces para evitar el dolor, lo negamos, e impotentes, nos volvemos prepotentes con quien percibimos más débil, intentando sentirnos fuertes. A veces para sobrellevar el dolor, frente al fuerte, terminamos pensando que algo hemos hecho mal y que quizá nos lo merecemos. Y así es como somos víctimas y verdugos, dependiendo del escenario. Y nuestra sensación de poder queda tocada.

La tercera pata del monstruo son las demás criaturas que por miedo no intervienen convirtiéndose en testigos pasivos. Incluso a veces la tercera pata somos adultos, educadores o familias, que teniendo conocimiento de lo que ocurre nos inhibimos por desconocimiento, temor o incomodidad, convirtiéndonos en autoridad negligente.

Para cortarle las patas al monstruo necesitamos convertirnos en autoridad nutriente de todas las partes implicadas: apoyo emocional, comprensión y a la vez límites claros, firmes, sobre lo que está permitido hacer y lo que no, lo que debemos permitir y lo que no, para nosotros/as y para los/as demás. Alentar un sentimiento de poder sano, de potencia, que es posible cuando nos enseñan, y aprendemos, a valorar nuestras capacidades y acoger con ternura nuestras limitaciones.