Cada año hay una moda. En la mayoría de las ocasiones son el cine o la televisión los que marcan la tendencia. Con el ‘boom’ de ‘La casa de papel’ se multiplicaron las máscaras de Dalí y monos rojos, el estreno de ‘It’ llenó las calles de payasos diabólicos disfrazados y el del ‘Joker’ hizo lo propio con la imagen histriónica del asesino en serie. Junto a ellos, Freddy Kruegers, Harley Quinns y Chuckys, todos reconocidos por su especial violencia, desfilan cada Halloween, la fiesta americana ya completamente asentada en el país y en la ciudad. 

La última novedad, la que este año, la tendencia la marca Netflix y su último fenómeno viral conocido como ‘El juego del calamar’, ya la serie más vista en todo el mundo. Su argumento cruel y extremo que da un visión de la sociedad sin esperanza y su estética característica, también con máscaras y monos rojizos, ha cautivado a la audiencia y como todo lo que capta a los espectadores, con el tiempo se acaba extendiendo al resto de ámbitos. Tanto es así que, aunque la serie está dirigida para un público adulto, han saltado las alarmas en colegios del país al advertir que los alumnos imitaban conductas de la ficción en el recreo. 

Las reconocidas máscaras, en la tienda de disfraces 'Kike'. SILVIA SÁNCHEZ FERNÁNDEZ

En el caso de Cáceres uno de los ejemplos lo representa el colegio Nazaret, que después de observar comportamientos y juegos relacionados con la sangrienta serie, ha tomado una determinación. Desligarse de cualquier tipo de referencia a la ficción. Por ello, esta semana envió a las familias de los alumnos una misiva para pedir que en la fiesta de Halloween que celebra el centro se eviten los disfraces y las referencias a ‘El juego del calamar’. Nada de máscaras ni de monos rojos y de chándales verdes de los participantes en las sangrientas pruebas que finalizan siempre con la muerte de los perdedores. 

La propuesta, siempre una recomendación insiste la dirección, ha sido acogida de buena gana por las familias de los estudiantes, que aluden en todo momento a la responsabilidad que tiene el colegio a la hora de atajar cualquier tipo de conducta violenta. «Me parece muy bien porque no es una serie para ellos», sostiene una madre, cuya hija de siete años también le pidió disfrazarse de ‘La casa de papel’ solo por el eco mediático que suscitó hace años. Otro progenitor, también con un menor de ocho años, sostiene que en su caso, sus hijos no ven este tipo de contenidos pero insiste en la dificultad de intentar evitar que no accedan a través de los móviles, de internet o de los propios compañeros de clase. En ese sentido, incide en la necesidad de que se controle porque ellos «no llegan a ser conscientes de lo que supone, para ellos es un juego más». 

En relación al debate sobre si existe una sobreprotección hacia la nueva generación de alumnos, hay posturas contrarias entre las familias. Por una parte, un sector defiende que hay multitud de referentes violentos en el imaginario común que no se han prohibido y cuestionan por qué este sí y el resto se mantiene. «Es como si prohiben partidos del Betis y n o del Madrid», manifiesta un padre. Por otro lado, otro sector defiende que el contexto ya no es el mismo y que antes no existía ningún tipo de control sobre los contenidos que veían los menores en el caso de la violencia. «Yo era muy pequeña cuando vi ‘El exorcista’ y ahora yo no se la pondría a mi hija». También precisamente sobre este asunto se pronuncia el director del centro, Pedro González, que también apela a actuar en el contexto actual. «No difundirlo ni darle publicidad porque nos parece algo nocivo». 

Al margen de la propuesta del colegio, fue frecuente ver en los escaparates de las tiendas de la ciudad las famosas máscaras con las formas geométricas. En todas salvo en la más icónica, Kike. E n su caso, conserva una decena escondidas tras el mostrador . Justifica su decisión su propietario, contraria a la de las masas, en que ha visto la serie y no le ha gustado. Además, concluye que en la ciudad no será tendencia. «Si yo creo que no estará de moda, no lo estará». Lo asegura Kike que presume de no haberse equivocado en veinte años.