ANIVERSARIO DE SU ORDENACIÓN COMO PRELADO

El obispo de Coria-Cáceres sobre el aborto: «Las leyes están para defender la vida, no para impedirla»

Monseñor Jesús Pulido hace balance en su primer año como prelado y se pronuncia en El Periódico Extremadura sobre los temas de actualidad que afectan a la Iglesia

Monseñor Jesus Pulido, obispo de la diócesis de Coria-Cáceres, posa para El Periódico Extremadura este lunes.

Monseñor Jesus Pulido, obispo de la diócesis de Coria-Cáceres, posa para El Periódico Extremadura este lunes. / Lorenzo Cordero

Un año cumplió este domingo monseñor Jesús Pulido Arriero (Santa Ana de Pusa, Toledo, 1965) como obispo de Coria-Cáceres. Catalogado por los que le conocen como ‘un hombre sencillo’, en este primer aniversario de su ordenación como responsable de la diócesis hace balance de logros y cuentas pendientes y se pronuncia en El Periódico Extremadura sobre los temas de actualidad que afectan a la Iglesia, institución que representa, a nivel local y a nivel nacional. 

En primer lugar, para abrir la conversación, este domingo se cumplió un año de su ordenación como obispo de la diócesis, ¿qué balance hace a priori de este primer aniversario? 

Sí, lo celebramos en la catedral de Coria, y en Cáceres, en el Seminario. No tengo más que palabras de agradecimiento por la acogida que he recibido en nuestra diócesis. Este año ha sido de aprendizaje y de aterrizaje. He querido sumarme con cuidado y respeto a una Iglesia en marcha, descubrir su gran riqueza humana y espiritual, y encontrar mi lugar para anunciar juntos el evangelio. Lo que más me llamaba la atención en las celebraciones de Coria y Cáceres es que ya muchas caras me resultan no solo conocidas sino familiares, y me puedo dirigir a las personas por el nombre.

Ha tenido la ocasión de tomarle el pulso este año a la situación de la Iglesia en Cáceres, ¿cómo se encuentra? ¿Y a nivel de fe?

Me ha llamado la atención que nuestra gente es muy religiosa, muy creyente. He recorrido gran parte de la geografía diocesana. En la gran mayoría de nuestros pueblos hay unos templos monumentales y gran número de ermitas, que hablan de unas profundas raíces cristianas históricas y culturales. Quizás hoy pueda parecer que van desapareciendo, pero para mí ha sido un descubrimiento los ríos subterráneos de fe que de vez en cuando emergen con una fuerza desbordante. Bien es verdad que el obispo aparece en ocasiones señaladas (fiestas, confirmaciones, aniversarios, inauguraciones, pero he visto manifestaciones populares de fervor a la Virgen María, a la Semana Santa, que no son mero postureo o cumplimiento. También he confirmado a muchísimos jóvenes; algunos de ellos llevaban esperando algunos años por la pandemia. Me han impresionado positivamente las buenas relaciones de la Iglesia con las autoridades civiles, militares, académicas, tanto locales como autonómicas, así como el trato trasparente con la prensa. La Iglesia de Coria-Cáceres es muy sensible a todas las cuestiones sociales con Cáritas, Manos Unidas, la Delegación de migraciones, la Pastoral de la salud. La pastoral penitenciaria ha recibido un reconocimiento con ocasión del 40 aniversario del Centro penitenciario Cáceres II.

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Una situación que comparten a nivel generalizado es la falta de vocaciones. Coincide que visita este lunes el seminario para celebrar el aniversario de su nombramiento, ¿este problema también afecta a la diócesis cacereña? ¿En qué medida? ¿A qué cree que se debe?

La primera visita que realicé el año pasado, inmediatamente después de ordenación, fue al Seminario. No diría que se trata de un problema, sino de un reto bastante generalizado, que se tiene que plantear en el conjunto de la pastoral de la Iglesia y de la situación social. En nuestra diócesis, antes de la pandemia, siempre ha habido un número suficiente de seminaristas, aunque ciertamente no comparable con el de otros tiempos. Este año hemos hecho una apuesta decidida por la pastoral vocacional y por el Seminario. Ciertamente la secularización, la baja natalidad, la disminución de matrimonios cristianos que transmitan la fe a los niños, el alejamiento de los jóvenes… puede haber contribuido a esta falta de vocaciones. Por otra parte, en el mundo de hoy todo parece provisional, y tenemos miedo a cualquier compromiso permanente. No obstante, personalmente estoy convencido de que el Señor sigue llamando a través de la Iglesia a personas concretas para dedicarse a anunciar el evangelio siguiendo de cerca a Jesús. Tenemos que ser creativos y audaces para que esta llamada llegue a los elegidos, renovando el ardor y los métodos para adaptarnos a esta nueva situación de la sociedad y de la Iglesia.

Si es así, ¿qué cree que separa a la Iglesia de los jóvenes? ¿Es ese uno de las cuentas pendientes, llegar a las nuevas generaciones, o se trata de algo cíclico?

No sé si será algo cíclico, puede ser. Lo cierto es que hay muchos jóvenes alejados de la Iglesia; pero doy fe de que los jóvenes cercanos y comprometidos encuentran en la fe cristiana una forma de vida plena y una respuesta a sus anhelos y expectativas más profundas. Este año he sido he sido testigo de conversiones de jóvenes, de vuelta a la fe de quienes la habían dejado. El joven por naturaleza es idealista, inconformista, soñador de un mundo mejor. Antes reaccionaban a una cultura religiosa que heredaban quizás como impuesta; hoy para muchos es un descubrimiento nuevo y en la fe encuentran la respuesta a muchos de sus planteamientos e inquietudes. Estamos muy ilusionados con la Jornada Mundial de la Juventud que se celebrará en Lisboa a primeros de agosto. Son muchos los jóvenes de Coria-Cáceres que participarán dada la cercanía, y muchos más los que pasarán unos días por nuestras ciudades camino de Lisboa. El atractivo de este tipo de peregrinación internacional para encontrarse con el Papa demuestra que los jóvenes siempre están en búsqueda, que sienten deseo de Dios en su corazón. Cuando participamos en estos encuentros nos damos cuenta de que no estamos solos, que no somos tan pocos como a veces creemos.

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 ¿Qué ha cambiado en la sociedad con respecto a su etapa inicial como sacerdote?

En cuanto a la sociedad en general, me da la impresión de que la Iglesia ha pasado de tener como reto una parte de la sociedad que rechaza la fe, a tener una parte mayor de la sociedad que es indiferente ante la fe. La indiferencia alcanza por igual a creyentes y no creyentes, que viven en la práctica como si Dios no existiera. No se da oposición, sino que se resta presencia pública a la fe: no se puede pronunciar la palabra “Dios”, no se puede hablar de religión, ni pueden aparecer símbolos cristianos en las fiestas... como si pudieran ser ofensivos para alguien. Hay una especie de religión civil, que pretende nivelar a todos en la ausencia de Dios. La exclusión de Dios es una gran pérdida para la sociedad, porque de la fe se derivan grandes ideales y propósitos, y mucha generosidad para trabajar por los demás desinteresadamente. La sociedad que tenemos hoy hubiera sido muy diferente sin la fe en Dios: sus huellas son evidentes y no solo en los monumentos, también los ordenamientos de las sociedades y en las conciencia de las personas.

«La decisión sobre el sacerdote de Almoharín estuvo muy sopesada, cualquiera que ha cumplido condena tiene derecho a la reinserción»

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Uno de los debates de la diócesis se mantiene en pie, la pertenencia de Guadalupe a Cáceres y no a Toledo, ¿han avanzado las conversaciones con la archidiócesis al respecto?

Esta es una pregunta habitual desde que llegué a la diócesis. La Provincia Eclesiástica extremeña, formada por las diócesis de Mérida-Badajoz, Plasencia y Coria-Cáceres, fue creada en 1994. Desde entonces, los tres obispos han pedido con insistencia que la patrona de Extremadura pertenezca a nuestra provincia eclesiástica. El hecho de que la fiesta de la comunidad autónoma de Extremadura se celebre en la basílica de Extremadura también pesa en esta petición. En todas las reuniones de obispos extremeños a las que he asistido ha salido el tema. La inquietud sigue viva, la solicitud –con diferentes propuestas es recurrente–, los estudios al respecto están presentados en la Santa Sede, pero desgraciadamente la resolución final no nos corresponde a nosotros.

Recientemente los sacerdotes españoles y la conferencia han arremetido contra la ley del aborto en España, el Papa ya optó por perdonar el aborto hace años, ¿qué postura toma usted como religioso?

Es un tema de actualidad por la sentencia del Tribunal constitucional y por la reciente aprobación de la reforma de la ley del aborto. La Iglesia siempre ha defendido la vida desde su concepción hasta su término natural. Y, por eso, ha denunciado el aborto, tanto en la ley de supuestos como en la de plazos, cuando se despenalizaba un delito y cuando se ha considerado un derecho. Claramente la deriva es cada vez peor en este tema, hacia una banalización de la vida del nasciturus (del niño por nacer). Es difícil de entender que una ley positiva pueda determinar que en las catorce primeras semanas un feto no tiene derecho a vivir, y que, un día después, quien atente contra él comete un crimen. Como si se pudiese decidir aleatoriamente, por votación, cuándo hay un ser humano y cuándo no, como si hubiera una “mayoría de edad” fetal para atribuir derechos que no tuviera ya por el hecho de existir. El derecho a la vida no es un derecho civil (como ir a votar), sino un derecho humano fundamental. Un embarazo no es una afección del cuerpo que hay que curar, sino una nueva vida que está germinando. Es llamativo que se prescinda de cualquier otra consideración científica, moral, religiosa… Las leyes están para defender la vida, no para impedirla. Creo que llegará un momento en que esta ley se revertirá. En cuanto al perdón, la misericordia de Dios siempre es más grande que nuestras faltas. El aborto antes era un pecado cuya absolución estaba reservada solamente a algunos confesores cualificados. Con ocasión del Año de la misericordia (en 2015-2016), el Papa permitió que todos los sacerdotes pudieran absolverlo.

La diócesis ha manifestado en reiteradas ocasiones su compromiso para trabajar de forma conjunta para atajar el problema de los abusos sexuales en el seno de la Iglesia. En Portugal han elaborado un informe sobre los sacerdotes imputados por estos delitos para que no vuelvan a ejercer, en el caso de la diócesis de Cáceres se les ha reclamado hacer inventario de sacerdotes condenados o hay algún proyecto en marcha en ese sentido, ¿cuál es la política de la Iglesia cacereña en ese sentido?

En España hay varios procesos de auditoria e investigación sobre los abusos en el seno de la Iglesia. Uno promovido por la Conferencia Episcopal con el Bufete de abogados Cremades-Calvo Sotelo. Ya hemos tenido una reunión con ellos para trasladarles toda la información de nuestra diócesis. Ni el Defensor del Pueblo ni la Fiscalía del Estado nos han contactado, contrariamente a lo que ha aparecido en algunos medios de comunicación. Si lo hubieran hecho, no hubiéramos tenido ningún inconveniente en colaborar con transparencia. Esa, como usted dice, es la postura de la Iglesia, a pesar de que se está focalizando el tema de los abusos solamente en los sacerdotes, cuando todos sabemos que se trata de un problema social mucho más amplio. Estoy convencido de que los que abusan no lo hacen por ser sacerdotes, sino a pesar de serlo. Por eso mismo, un solo caso provoca gran dolor. Si cualquier persona tiene constancia o sospecha de alguna situación delictiva que afecte a menores o personas vulnerables, le invito a ponerse en contacto con la Oficina diocesana de protección de menores y, por supuesto, con las autoridades pertinentes.

Al hilo de este asunto, el pasado año se produjo una polémica por el nombramiento de un sacerdote que había cumplido condena por pornografía infantil y la diócesis expresó que había que confiar en las segundas oportunidades, ¿ese perdón que se le concede de la Iglesia debe ser extensible a la sociedad?

He conocido este caso en detalle al llegar a la diócesis. El delito a que usted se refiere ocurrió a finales de 2001 y comienzos de 2002, hace ya 22 años. El sacerdote en cuestión fue procesado y condenado como parte de una red internacional integrada por otras muchas personas. Actualmente, en los medios de comunicación, solo sigue vivo el recuerdo de aquel sacerdote, narrando de nuevo los hechos sin más consideraciones, y solo en su caso se ha revelado el nombre completo en lugar de las iniciales, sin preservar su derecho a la privacidad. Es comprensible la alarma social ante estos delitos y es obligado reparar a las víctimas a todos los niveles, pero cualquier persona que ha sido procesada y ha cumplido su condena tiene derecho a la reinserción. También los sacerdotes. Fue una decisión muy sopesada. El artículo 25.2 de la Constitución española señala que las medidas penales estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social.

«La inquietud sobre Guadalupe sigue viva, la solicitud está presentada en la SantaSede pero la resolución no nos corresponde a nosotros»

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Hace dos años se abrió el debate sobre si la iglesia debía pagar el IBI, no obstante, no ha vuelto a reabrirse salvo en excepciones, ¿qué opinión le merece este asunto?

En 2002 se aprobó en España la ley de mecenazgo, que reguló las exenciones del IBI para todo el sector no lucrativo. A esta ley es la que está acogida la Iglesia católica, como todas las demás confesiones religiosas, las oenegés, las fundaciones o asociaciones de utilidad pública, de carácter deportivo, los partidos políticos, los sindicatos, los museos, la SGAE… La Iglesia no tiene ningún régimen fiscal especial, sino que está sometida al régimen fiscal general como el resto de entidades no lucrativas. La Iglesia nunca se ha negado a pagar los impuestos que le correspondan, y pide a los cristianos que así lo hagan para contribuir al bien común. La Iglesia no desea ningún privilegio, pero tampoco ninguna discriminación.

¿Qué retos se propone de cara a este ejercicio?

Sueño una Iglesia unida, fraterna, toda ella ministerial, que apuesta por la formación de los laicos para asumir responsabilidades pastorales. Sueño con poder organizar la pastoral diocesana de la forma más adecuada a nuestra realidad y de acuerdo con nuestras posibilidades, para que el anuncio de evangelio y la celebración de la fe llegue a todos los rincones. Es el sueño que el Papa Francisco llama sinodalidad, caminar juntos, avanzar hacia el reino de los cielos sin dejar a nadie al margen, y haciendo un camino más expedito para los que vienen detrás. Esto solo lo podemos lograr si todos colaboramos, si sentimos que la Iglesia somos todos y no solo el obispo o los sacerdotes y religiosos. «Ser obispo hoy no es fácil», mucha gente me lo ha dicho este año. Solo contado con la gracia de Dios y con la colaboración de todos se puede intentar.

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