entrevistamos a | Pilar Galán Escritora

Pilar Galán: "Ya sé que las cosas que no quiero olvidar están a buen recaudo"

Pilar Galán posa en el Hotel Barceló V Centenario de Cáceres con su novela y un ejemplar de este diario.

Pilar Galán posa en el Hotel Barceló V Centenario de Cáceres con su novela y un ejemplar de este diario. / Carla Graw

Miguel Ángel Muñoz Rubio

Miguel Ángel Muñoz Rubio

Acaba de venir de Zafra donde ha participado en el primer Festival Internacional de Literatura que se celebra en Extremadura. Enseguida ofrece su abrazo, que es como ese sonido de las copas cuando algún chasquido las balancea y pareciera que todas las olas del mar se hubieran conjurado para unir sus caracolas en armoniosas reboleras. De un tiempo a esta parte su mirada ha cambiado, como si hubiera visto el mundo de forma poliédrica o, más bien, como si lo hubiera visto en grado infinito, sin saltarse ni uno siquiera de los matices de la felicidad y del dolor. Hacía seis años que Pilar Galán Rodríguez no escribía un libro. Ahora lo hace con 'Si esto fuera una novela', que es un regalo para el lector y también para el periodismo, porque ella que no es periodista dice esto sobre su columna de los jueves en El Periódico: 'La columna ha sido mi muleta, mi bastón para no ir por la vida con los ojos cerrados'.

-Esta novela es una vuelta a los lugares que a uno le han hecho feliz, pero también a los que le han hecho llorar.

-Sí. Es una historia de lugares, una geografía de lugares. También es como un mapa para recordar, porque tendemos a pensar que lo vamos a recordar todo siempre, pero se olvida todo siempre, o se cambia el orden de los recuerdos. Escribes porque olvidas, y la única forma de no perder el hilo, aunque duela o se falsee, es escribir. Todas las novelas autobiográficas son una mentira enorme.

-¿Y la suya es autobiográfica?

-Es una mezcla entre crónica, ficción, literatura. Es, como decía Lope de Vega: engañar con la verdad, contar mentiras porque tampoco importa mucho si es verdad o no lo que se cuenta, sino ordenar los recuerdos en la cabeza; y quería escribir precisamente para dejar de tenerlos en la cabeza. No es escritura terapéutica, es una base de datos de las cosas que no quiero olvidar.

-Cuenta cómo tras la muerte de sus padres la columna que escribe cada jueves en este periódico era su muleta, su bastón para no ir por la vida con los ojos cerrados. Me ha recordado a la periodista Maruja Torres, cuando en una entrevista reciente con Jordi Évole le dijo que para ella la redacción era como un hogar, como esa farmacia de guardia que te alivia la tristeza.

-Es una idea preciosa. Me decía un amigo: 'Pilar, cada uno reza con lo que puede, tú rezas con las columnas'. Y es que escribir en el periódico es de las cosas más maravillosas que me han pasado, me ha servido para mejorar, para escribir mejor, con la disciplina que te marca un tiempo de entrega y un número de caracteres. Me ha enseñado a tener respeto a los periodistas de verdad. No soy periodista, no diré que soy columnista porque queda muy solemne, diré que escribo una columna.

-Hay una manía en decir: mis hijos son adoptados. Los hijos no son hijos adoptados, los hijos son hijos y ya.

-Son hijos. Los míos son adoptados. Hay una poética del embarazo y la lactancia que no veo nada poética, ¡qué alegría habérmela perdido! La biología te sirve para el color de ojos, pero la educación es todo, el ambiente en el que uno se cría, el cole, los maestros... Yo no me parezco a nadie de mi familia. De pequeña me decían: 'Eres adoptada'. Mis hijos saben que lo son, uno es chino y otro boliviano, pero son mis hijos. El otro día el mayor me dijo que lloró en el metro mientras leía mi novela. Me alegra porque se ha leído por primera vez un libro que he escrito, pero sobre todo me alegra que se haya emocionado leyéndolo.

-Su novela es, además, una buena terapia para saber cómo enfrentarse al duelo.

-La marcha de mi padre fue horrible. No funcionaron los cuidados paliativos. El médico de mi madre, sin embargo... fue Severiano, que era un internista, fue como un ángel... la delicadeza con la que nos dijo que mi madre no podía seguir, qué bondad. Por eso quería hablar de mi relación con los médicos. El duelo hay que pasarlo. No tienes una depresión, estás triste. No te quieres recrear en la tristeza, estás triste. La felicidad absoluta no existe, hay que convivir con la tristeza. La muerte es no volver a ver a la persona que quieres, y ahora soy más consciente de los momentos de alegría. Hay que dejarse llevar por el tiempo. He tenido la increíble suerte de tener a mis hermanas. Cuando desmontamos el piso de mi madre fue una parte terrible, pero también nos pasaron cosas divertidísimas.

-¿Cómo volver al pueblo cuando el allí ya no existe?

-Mi infancia en Navalmoral fue muy feliz. La casa de mis padres la compró mi hermano, entonces de alguna manera el pueblo sigue siendo nuestro. Es el único lugar donde queda memoria de doña Carmina y don Alfonso, que eran maestros. Ir allí supone volver a casa. Allí sigo siendo la hija de doña Carmina, algo que de pequeña me daba mucha rabia cada vez que me lo decían. Seguramente por eso (por esas 'guerras' de las madres y las hijas) cuando empecé a dar clases quise adoptar el rol de mi padre, que era muy estricto, hasta que me dije, qué gilipollas si yo soy como mi madre. Ella era la bondad.

-Escuché el otro día a Ana Obregón decir que la muerte de su hijo Alex le ha enseñado que en la vida no hay que coleccionar cosas, sino que hay que coleccionar momentos.

-Sí. Este libro es una colección de momentos, de cosas que no quería olvidar. Mi madre murió habiendo olvidado muchas cosas a causa de la demencia senil que padecía (recuerdo que se ponía a llorar por la muerte de su madre). Yo ahora empiezo a olvidar cosas, y hago los trucos que hacía mi madre, cuando entraba en una habitación y no recordaba para qué había entrado, por ejemplo. Escribo para que esos momentos no se pierdan.

-El libro empieza cuando la protagonista, descalza, pisa en la cocina una mantis religiosa. ¿Es una metáfora de la destrucción?

-No es una metáfora, es real. Me habían ocurrido cosas pero seguí con mi ritmo habitual. He tardado seis años en volver a escribir un libro, aunque en realidad me he dado cuenta de que he tardado toda la vida. He vuelto a recordar cosas que hacía de pequeña, cuando delante de los demás niños me hacía pasar por una niña francesa y les decía que mi padre era mi abuelo y que vivíamos al lado del Sena y que mi padre no podía cuidarme y que por eso me había ido a vivir con mi abuelo...

-Hay un pasaje en el que tras un encuentro familiar con sus hermanos, después de la muerte de sus padres, vio en la despedida por el retrovisor marchar a su hermano en el coche. Es realmente cinematográfico. El lector lee y siente, y vive, y ve lo que está usted relatando.

-Volvíamos a una casa que ya no era la nuestra. Es darte cuenta de que ya no eres hijo, que ya eres adulto. Es un momento terrible. Por eso cuando ahora se dice que los hijos son adolescentes perpetuos, ¡qué bendición! Madurar demasiado deprisa tampoco es nada bueno.

-¿Y ahora, qué?

-Ahora a escribir ficción de verdad. He contado en primera persona pero no desde la primera persona. Miro las cosas desde fuera y al contarlas se ha producido una liberación. Ya sé que las cosas que no quiero olvidar están a buen recaudo.

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