EL BOMBO
Educar la afectividad
De poco servirá que la escuela progrese en la educación afectiva si no lo hacen las familias
Puesto que la pornografía, la curiosidad hacia ella y la inclinación a imitarla han existido siempre, es necesario buscar otras causas del aumento de los casos de violaciones y abusos en chicos de edad cada vez menor. Si algo caracteriza a nuestra sociedad y a su tiempo es la facilidad con la que se obtiene toda clase de información y lo no menos fácil que resulta hacerla saber a todo el mundo.
Según las informaciones más recientes, se accede a la pornografía hacia los once años e incluso a edades más tempranas. Ante estas noticias el personal clama contra la educación sexual, pero eso sí, principalmente hacia la educación en las escuelas. Es decir, parece que el problema está en que no se educa la afectividad. Quizás sea necesario aumentar el tratamiento de la afectividad en los currículos y entenderlo como un tema transversal que aparezca en todas las asignaturas.
Ahora bien, ¿con qué instrumento acceden los chicos a la pornografía, graban sus fechorías y las difunden? Los teléfonos móviles. ¿Acaso son las escuelas quienes dotan a esos muchachos de tales medios? ¿Pagan la suscripción a internet? Las familias no pueden irse de rositas y en primer lugar deben preguntarse si es imprescindible que los chicos posean un teléfono móvil, cuál es la edad adecuada para tenerlo, bajo qué condiciones, si es oportuno que dispongan de conexión a internet... Porque el uso de estos aparatos, como el de cualquier otro, debe estar condicionado a que contribuya a la educación integral de los jóvenes. También deberían analizar qué clase de educación afectiva les proporcionan en sus hogares, porque en esta sociedad, según algunos hipersexualizada, de poco servirá que la escuela progrese en la educación afectiva si las familias ignoran sus deberes.
Claro que muchas familias no sabrán hacerlo porque nadie les enseñó eso, e incluso era un tabú en la escuela y en casa, y todo lo que saben se lo deben a la pandilla pues ellos también hacían «guarrerías», que generalmente se reducían a verle las bragas a una chica, y decían «picardías».
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