la memoria de un pueblo

Un toro de leyenda en Casas de Millán

Vicente Manjón y Julio Bernal cuentan la historia del portón de los toriles con forma de ventana. «No hay nadie por nuestra tierra que no haya oído hablar del toro de 500 kilos que se escapó por esa puerta tan ‘chiquinina’», aseguran los vecinos

Vicente Manjón y Julio Bernal posan para El Periódico.

Vicente Manjón y Julio Bernal posan para El Periódico. / ALBERTO MANZANO

El contacto con los vecinos del entorno en los pueblos es un auténtico tesoro, es algo que se debe cuidar porque las personas mayores guardan unas historias y un conocimiento determinante, pero poco valorado y en vías de extinción. El Periódico viaja hoy hasta la bonita localidad de Casas de Millán. En la plaza de España están sentados Vicente Manjón y Julio Bernal, dos buenos amigos. Se encuentran charlando frente a una casa llamativa que despierta la atención a los turistas por ser unos toriles. «¿Qué pasa jóvenes?», preguntamos. Y enseguida responden a carcajadas: «Os cambiamos la edad». Ellos se han dedicado toda la vida a trabajar en el campo y en lo que hiciera falta. 

En el portón de los toriles.

En el portón de los toriles. / ALBERTO MANZANO

En los municipios pequeños, los acontecimientos que se recuerdan durante años son aquellos que han causado una gran impresión en el vecindario, y que después se van transmitiendo de padres a hijos con la consiguiente mitificación del recuerdo. «No hay nadie por nuestra tierra que no haya oído hablar del toro de 500 kilos que se escapó por esa puerta tan ‘chiquinina’ que se ve ahí (portón con forma de ventana en la foto). Ocurrió en un encierro por la mañana de un día de fiesta local, fue un 8 de septiembre. La violencia que es capaz de desencadenar un toro es tremenda. El pánico se apoderó de la gente que estaba en la plaza, y el animal pilló a unos pocos de muchachos», explican todavía asombrados ambos.

Imagen de un toro de lidia.

Imagen de un toro de lidia. / EL PERIÓDICO

A las doce menos cuarto de la mañana, Vicente y Julio, actúan para este diario como los mayorales de la plaza, nos dirigimos hacia el portón de los toriles. Allí dentro, cuando se acerca la festividad del municipio, varias fieras esperan en los corrales antes de salir. El recinto de chiqueros es sagrado. «La llave está en manos del ayuntamiento, que guarda como si de un relicario se tratara. Además acaba de comprar esta vivienda», cuentan. 

Los gruesos muros de la casa son la antesala a los encierros populares, a la fiesta que se celebra en el exterior. Fuera se oye un oleaje de murmullos. En estos dominios hay que estar como en misa; se habla en susurros, para evitar que los toros adviertan que hay alguien al otro lado de la puerta. De pronto, «habéis escuchado eso, hay un toro inquieto, revolviéndose dentro del chiquero», bromean Vicente y Julio, recreando la gran pasión taurina en sus memorias

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