Mucho le ha llovido a Roman Polanski sobre las espaldas desde la última vez que estuvo en Cannes, en 2002, para recoger la Palma de Oro por El pianista . En estos años ha dirigido cuatro largometrajes más y se ha hecho con el premio al Mejor Director de la Berlinale gracias a El escritor (2010), pero sin duda nada de eso le mojó tanto como los dos meses de cárcel y ocho de arresto domiciliario que el director polaco sufrió en Suiza desde septiembre de 2009, por motivos de sobra conocidos. Sobre todo después de aquello, Polanski no ha rehuido los focos pero apenas ha abierto la boca en público. Simplemente por eso, su presencia ayer en la Croisette para presentar a concurso Venus in fur fue todo un acontecimiento.

Cabe destacar las conexiones entre la nueva película y su predecesora, Un Dios salvaje (2011). Ambas son adaptaciones de obras teatrales muy teatrales --en este caso, el texto homónimo de David Ives--, ambas transcurren casi exclusivamente en un escenario y en tiempo real y ambas incluyen solo unos pocos personajes. "Siempre fue mi sueño hacer una película con solo dos personajes, desde que rodé la primera, Cuchillo en el agua, que tenía tres", recordó ayer Polanski.

CINE DESDE UN ESCENARIO Durante décadas, ha hecho películas sobre espacios herméticos, y en Venus in fur se sitúa encima de un escenario: después de pasar una larga y desagradable tarde probando actrices para su próximo montaje, un director teatral (Mathiew Amalric) se ve empujado a un extraño duelo psicosexual con la última candidata al papel principal (Emmanuelle Seigner, esposa de Polanski).

La obra que ocupa el centro del filme no es una cualquiera. Se trata de una nueva versión de La Venus de las pieles , la novela de Leopold von Sacher-Masoch sobre la sumisión sexual que describía el tipo de apetencias que han popularizado el apellido de su autor. De nuevo como en Un Dios salvaje, en Venus in fur el espacio juega un papel protagonista, pero esta vez no se trata tanto del espacio físico del teatro como del virtual y metafórico del texto de Masoch, en el que los personajes entran y salen de forma constante, tanto que la realidad del ensayo y la ficción de lo ensayado llegan a confundirse por completo.