Fernando Ramos, actor extremeño natural de Llerena, protagonizará mañana el Cerco de Numancia.

--¿Cómo es su personaje?

--Es el orgullo absoluto. Porque incluso los numantinos, que tienen orgullo hasta la muerte, tienen momentos de debilidad; pero Escipión, en ningún momento se baja del pedestal.

--¿Es esta una obra de buenos y malos?

--No sería tan fácil de definir. Diría que es una obra de orgullosos y orgullosos. Esa sería la clave, porque está tratado el orgullo desde varios puntos de vista. El orgullo del poder, más arrasador y abrasador, que subsiste en nuestra sociedad de un modo claro. El otro orgullo, el de los numantinos es uno más vital, más de sangre, a uno al que recurrimos muy poco. Y lo que venimos a decirle al público es que ese orgullo se está perdiendo y que lo estamos suplantando por la sumisión.

--¿Qué puede verse de Numancia hoy en la sociedad?

--Cuando empezamos a pensar en la obra, se nos venía a la mente el pueblo palestino, y el resto de países oprimidos por el poder. Luego lo trasladamos a las concertinas en Ceuta y Melilla, y cada vez nos íbamos acercando más hasta que, de repente, vimos la imagen de un desahucio muy clara. Cualquier familia española siendo sacada de casa rodeada de antidisturbios con la secretaria de juzgados con la carpeta en la mano. Dijimos: "esto es Numancia". No nos tenemos que ir tan lejos, Numancia la tenemos al lado.

--¿Y quiénes son los romanos?

--Pueden ser los bancos, el poder político, los especuladores, y sobre todo, el que no te respeta, el "quítate tú que me pongo yo".

--Por lo tanto, ¿en esta obra el espectador va a empalizar?

--La gente puede sentirse identificada, y es lo que pretendemos. Por eso eliminamos las alegorías de Cervantes, que en su momento eran una buena herramientas. Pero decidimos introducir elementos, como el coro, para explicar al público por qué estamos hablando de Numancia y por qué tiene actualidad.

--Una vez expuesto el problema ¿qué solución proponen?

--En la propia obra damos una solución muy desalentadora: Numancia acaba pereciendo. Y el gran problema parece que al final no hay solución más que mantener el orgullo y entregar la vida con tal de que nadie venga a agacharnos la cabeza. Pero entendemos que si de repente hubiera muchas Numancias, al final, el poder se decantaría al otro lado de la balanza.