Con el marchamo de ser el último fenómeno editorial en Italia, Paolo Cognetti (Milán, 1978) ha logrado con su novela ‘Las ocho montañas’ (Mondadori) el Premio Strega, el más reputado de los galardones literarios de su país. Sus palabras y su prosa están cargadas de sinceridad, sencillez y hondura, y aunque su aspecto sea de joven montañero no es exactamente un hombre de acción como lo sería Ernest Hemingway, sino alguien que explora horizontes que no se encuentran exactamente en los picos nevados. ‘Las ocho montañas’ cuenta la vida de Pietro, un chico enamorado de la naturaleza que desea ser escritor, y su amistad con otro muchacho que en el fondo se revela como el verdadero hombre libre que él jamás podrá ser.

--Antes de ‘Las ocho montañas’ escribió ‘El muchacho silvestre’ (Minúscula), una memoria que explica su relación con ese entorno. ¿Se puede considerar la semilla de esta novela?

-Aquello era un diario, un autobiografía explícita, de cuando con 30 años decidí abandonar Milán, donde residía, e irme a vivir al Valle de Aosta, en los Alpes. Creo que aquel libro y esta novela forman un pack en el que se puede descubrir qué es lo que ocurre en la cabeza de un escritor y cómo acaba cristalizando lentamente en una novela.

--Sus novelas anteriores estaban protagonizadas por mujeres y esta es una novela, entre otras cosas, sobre la masculinidad. ¿Qué ha supuesto este cambio?

--Hablando de la masculinidad, mi escritura se ha simplificado.

-¿Y eso cómo debo interpretarlo?

-[Ríe] Antes, mi escritura era más rica, con frases bastante más complicadas, quizá porque cuando eres joven piensas que la buena escritura es la que dice las cosas más enrevesadas. Pero cuando me puse a elaborar una historia que sentía muy próxima, me pareció que tenía que ser lo más clara posible. Quizá también signifique que las mujeres son más complejas, sí.

-Todo escritor trabaja en solitario, pero se diría que hacerlo en la montaña es añadir soledad a la soledad.

-Uno de los motivos por lo que me fui a vivir a la montaña fue escribir. Pasaba por una crisis tremenda que puso patas arriba todos los aspectos de mi vida, tanto en lo laboral como en lo personal. Eso me llevó a un silencio en la escritura. Necesitaba estar en silencio para volver a recuperar las ideas.

--¿Y qué significó la montaña en aquel momento?

--Un lugar feliz de mi infancia en un momento en el que creemos que esta ha quedado atrás definitivamente. Me devolvió a mis orígenes, a la relación con mi padre, un hombre de campo que se fue a la ciudad. Y en cierta forma, es como la Fortaleza de la Soledad para Superman.

--Le ha devuelto a Kripton.

---Eso es. Me ha dado un gran sentimiento de libertad, pero en el sentido de la persona que consigue tomar las decisiones mentales en las que realmente cree.

--En la novela, su protagonista llega de Nepal y se siente agobiado a su paso por una ciudad de Milán ahogada por la crisis económica. Eso es autobiográfico, supongo.

---Sí, la novela no cuenta exactamente mi vida pero sí que recoge algunas de mis experiencias. Mi crisis personal coincidió con la económica, así que me tocó vivir el momento en que, cuando crees que tus proyectos se están materializando -yo era realizador de documentales-, todo se viene abajo. Sentía que la ciudad no me quería.

---Habrá quien diga que eso fue una especie de huida.

---La elección de la montaña no es una fuga de la sociedad. Para mí fue el intento de encontrar nuevos proyectos de trabajo políticos y culturales. No es un lugar donde ejerza de ermitaño.

--¿Proyectos políticos?

---En la ciudad tuve una formación política muy clara, bastante común a la de la gente de mi generación. Trabajábamos en barrios, sobre todo en la periferia. En los años 90 y en los 2000, fue la resistencia a las dos décadas berlusconianas. Yo participé mucho, así que la idea del asociacionismo me acompañó. En la montaña me he dedicado a organizar un festival cultural y estamos construyendo un refugio alpino. La región del Valle de Aosta es muy pequeña, tiene unos 100.000 habitantes, y en el pueblo en el que vivo solo somos seis.

--¿Seis personas?

---Eso es. Pero en invierno, en temporada alta, se llena de esquiadores. Una de las cosas que me llevaron allí fue compartir la cultura y al final se ha convertido en una forma de estar en compañía.

--¿Cree que la novela ha tenido éxito porque conecta con el pensamiento de su generación?

--Creo que sí. En la novela existe una gran diferencia entre Pietro y su padre. El padre pertenece a una generación que dejó atrás la naturaleza para trabajar en una fábrica. Construyó una familia y compró una casa, porque eso es lo que hacían todos entonces. Concebía la vida como un gran proceso de crecimiento y de conquista. Para el padre de Pietro, en cierta manera era como llegar a la cima de la montaña.

--Pero su generación es distinta.

--Eso es. Somos la generación del decrecimiento y luego la de la crisis que nos dijo que esa forma de vida no había funcionado, y por tanto, en vez de dedicarnos a la conquista, nos centramos en la búsqueda de la felicidad, que está en las montañas pero también en la armonía de estar bien donde vives junto a los demás. Hay algo femenino en eso.

--¿Es de esta forma como sube sus montañas?

--Sin conquistarlas, comprendiéndolas. Me gusta mucho el bosque, porque está lleno de vida y de árboles. Al padre de Pietro, en cambio, el bosque no le dice nada, No siente que el agua y la madera sean recursos que es necesario proteger. El pasado otoño fui a Nepal en una travesía en la que en ningún momento se llegaba a ninguna cima.

--¿Eso es una manera de hablar de la masculinidad?

--Seguro que sí. Afortunadamente, creo que somos bastante distintos de nuestros padres, que eran hombres de una pieza. Nosotros somos más débiles, estamos menos obsesionados con la fuerza, más atentos a los demás. Yo me hice escritor precisamente por ese interés.

--¿Ha tenido alguna experiencia mística en las altas cumbres que nos pueda contar?

--La naturaleza siempre tiene algo místico porque nos ponemos en contacto con los elementos en su forma más pura. El viento, el agua que surge de una roca, el fuego... Son algo primordial y te llevan a una dimensión de cuando surgió la espiritualidad humana, cuando el hombre buscaba explicarse cosas más grandes que sí mismo. En las ciudades todo es racional, pero en la naturaleza, no. Allí reina el misterio.