Peio H. Riaño (Madrid, 1975) autor del libro Las Invisibles. ¿Por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres? (Editorial Capitán Swing, 2020) dedica esta obra a sus hijos animándoles a que «corrijan la desigualdad», mientras que alienta al Museo del Prado a que haga lo propio. A través de sus páginas defiende la visibilidad, en todos los sentidos, de las mujeres artistas. Las mismas que superan hoy en día el 70% en las aulas de las Facultades de Bellas Artes. «Un día lo ves. No están». Así arranca este libro que denuncia «que la desigualdad está enraizada en el sistema y que, aunque las facultades de Bellas Artes estén repletas de mujeres, la mayoría de los artistas que exponen y venden son hombres». Pero no es lo único que el madrileño delata. Riaño nos abre los ojos ante la dañina ceguera, y ante injusticias que se amparan no solo con el silencio sino en la omisión, como cuando, según el autor, el museo evita en algunas de sus obras descriptivas y elocuentes como Las hijas del Cid del burgalés Dióscoro Puebla (1831-1901) palabras como violación. «Esto es una violación. Ni lo parece ni lo cuentan. Y sin embargo el sucinto título (…) esconde otro terrible: Las hijas del Cid violadas por sus maridos (…) no hay rastro del maltrato, no queda señal del ultraje (…)» Violadas por el arte. Y así, esta obra, descubre, denuncia, corrige y nos protege. Dar visibilidad no debe ser un anhelo, es una cuestión de educación y derechos. 200 años cumplidos no justifican las desigualdades. Pasen y lean.

--Parafraseando su propio subtítulo, ¿por qué el Museo del Prado ignora a las mujeres?

--Ignora a las mujeres porque ideológicamente está anclado en una corriente política de hace 200 años. Defiende unos supuesto políticos decimonónicos que surgieron para limitar la emergencia del poder feminista de a mediados del siglo XIX. En ese momento, las mujeres trataban de recuperar, empoderarse, ser soberanas, y el rodillo cultural patriarcal decidió que no estaba dispuestos a cambiar su poder, a cambiar la inercia que les había llevado a lo más alto a ellos. No estaban dispuestos a reconocerlas a ellas. Cuando se crean los museos a mediados del XIX, se hace a espaldas de las mujeres, sin contar con ellas y pensando que es un asunto de ellos, y eso ha derivado hasta nuestros días.

--¿Y cómo es posible que esta ceguera de todos haya llegado hasta ahora? Porque también ha habido mujeres en la cultura y tampoco lo han visto…

--Desde luego. A mí me sucedió investigando. Como historiador de arte nadie jamás me habló de este asunto, a lo largo de mis estudios, desde la perspectiva de género, y han sido muchos años después, gracias a las mujeres y a sus reclamaciones, cuando he entendido que la sociedad cojea y que mi hábitat natural también. Empecé con un cuadro, encontré grandes ausencias en el relato que se contaba en las plataformas divulgativas del museo y seguí, seguí cuadro tras cuadro hasta llegar a más de veinte, pero podía seguir revisando casos y ejemplos de una narración que es anacrónica, que está pasada de moda, y que no es accesible para el siglo XXI. El Museo del Prado sigue anclado en el XIX, gestionado por gente del XX para un público del XXI. Esto genera una gestión que no se ve porque pensamos que es neutral, pero defiende unas posturas que hoy son muy difíciles de defender.

--Pero, ¿de verdad cree que existe una intención política e ideología en el Museo del Prado?

--Bueno, yo no sé donde empiezan y donde acaban las intenciones, pero desde luego cuando el museo trasvasa el siglo XX con ideología del XIX, y llega el XXI y mantiene esa exclusión de la mujer, pues hay unos responsables que son los que han llevado el relato de nuestro patrimonio hasta ese lugar. ¿Hay intenciones? ¡Y tanto que las hay! Ahora el museo se enfrenta a una exposición titulada Las Invitadas que va a ser una autocrítica y una denuncia de la política e ideología que se mantiene hasta el momento…, probablemente haya grietas en el seno de la institución.

--¿No es más sangrante cuando estas cosas ocurren con responsabilidades en cultura a cargo de mujeres?

--Nadie está libre del patriarcado. A quien acuso o responsabilizo de estas situaciones es a aquellas personas que lo hayan visto y no hayan querido cambiarlo. Yo no soy un superdotado en nada. Los saberes que he adquirido de forma autodidacta investigando en archivos han pasado por otros historiadores del arte, y yo creo que la responsabilidad sobre cómo se cuentan las colecciones recae en el seno del museo.

--Ha asegurado que en el Museo del Prado se evita la palabra violación como en la obra ‘Las Hijas del Cid’…

--Tenían la posibilidad y la siguen teniendo de nombrar las cosas por su nombre, y los nombres los crea cada generación y en nuestra época, a una violación, no se le puede llamar mancillar o sorprender. Estamos muy lejos de ocultar esos términos cuando necesitamos la sensibilidad más absoluta y tolerancia cero. Hemos protegido al museo cuando la crisis económica lo ha hecho tambalear; hemos protegido con nuestro amor y pasión sus colecciones; hemos mantenido con nuestros impuestos todos esos puestos de trabajo…, ahora debemos reclamar al museo que esté dispuesto a cambiar para ser del siglo XXI. Durante años hemos escuchado que tiene que atraer a una parte de la población que no va. Es una ecuación mal plateada. El museo es el que debe ir a esas poblaciones desinteresadas y desmotivadas en acudir. Tiene que demostrarles que los entiende, sobre todo a ellas, y que está dispuesto a ser un reflejo de sus preocupaciones. A ser cómplice de sus vidas, a mostrarles el pasado sin olvidarse de ellos, y de ellas, sobre todo, sin olvidarse del presente y, desde luego, creando un nuevo relato en el que la mujer esté incluida.

--¿Cuál es el problema básico, a su juicio, del Museo del Prado?

--El problema básico del Prado es que está cayendo en un ejercicio de anacronismo porque no amplia, para cada cuadro, una referencia histórica-científica mínima que sea capaz de mostrarnos cómo, y en qué condiciones políticas, sociales y económicas se formaron esos pintores. Solo nos cuentan la corriente artística. Lo que necesitamos para entender y para que nos hable desde el pasado el arte es, precisamente, abriendo el contexto, explicando que el feminicidio que hay en el Museo del Prado, el asesinato por una cuestión de género ilustrado y que no se reconoce como tal, era una intención del pintor y del creador del relato. Todo lo que no está contado, se debe explicar que esa obra, Las Hijas del Cid es un relato aleccionador para que la mujer no se niegue, no rechace al hombre porque no tiene capacidad para hacerlo, porque si lo rechaza, hace saltar por los aires toda la trama social. Se trata de contar, no de contextualizar para el siglo XXI.

--«Todos somos agentes de cambio para culminar la igualdad y acabar con la violencia», ¿qué responsabilidad tienen los museos, los artistas y el público en general?

--Cada ciudadano puede acometer el cambio que crea pertinente, yo, como ciudadano, esto es lo que quiero aportar a mi comunidad. Respecto a los artistas, entiendo que hoy nadie sería capaz de defender un feminicidio, pero la responsabilidad que tienen los museos es la de cocinar un plato exquisito y apropiado para la comunidad en la que actúa. Y ese plato que cocinan los museógrafos e historiadores es uno y distinto del que podría cocinarse hace siglos, pero hoy tienen que construir una narración apropiada a nuestro discurso, y contarnos como leer el pasado desde nuestros días, no como lo contaron desde el XIX, porque ahora nos estamos comiendo esa ideología que era contrafeminista. El Museo del Prado tiene, con urgencia, que convertirse en un museo del siglo XXI.