El anfitrión era tan buen anfitrión que dejó que un dios durmiera con su esposa, aunque lo que menos hizo el dios con la esposa fue, precisamente, dormir. Anfitrión era un nombre propio, que Plauto eligió para una de sus comedias de enredo que, sin embargo, utilizaba para criticar los usos y costumbres sociales de la época, como esa manía de tratar mal a los esclavos. La cara de la esclavitud ha cambiado mucho, pero sigue siendo esclavitud no poder abandonar un trabajo, aceptar algunos para poder comer, no poder rechistarle al patrón por si te echa. Servidumbres del capitalismo.

Sosia o Sosias o Sosías, que tanto da, es un doble. Un doppelgänger es el doble malvado de una persona viva. No son lo mismo, pero se parecen. Sosia es otra de las palabras que Anfitrión nos legó.

Luego Molière la adaptó y Juan Carlos Rubio la ha versionado cuatrocientos años después. Una versión no es una adaptación: una versión es una reescritura. Lo aclaramos porque luego hay quien quiere ver un Molière tal cual se escribió: no es eso lo que se propone en este festival.

Recordamos a los lectores que solo vemos tres escenas del ensayo antes de escribir esto, aunque ustedes lo lean cuando la obra ya se ha estrenado. Lo que hemos visto es una caravana de circo preciosísima (Curt Allen es tan delicado en sus escenografías, tiene tantísimo gusto…), la del Circo Olimpo. Este circo representa la obra Anfitrión.

Anfitrión es la historia de unos cuernos divinos.

Alcmena quiere que Anfitrión, su marido, vengue a sus hermanos muertos y no le entregará su cuerpo hasta que no lo haga. Mientras él se va a la guerra con su esclavo Sosia, Júpiter se encapricha de Alcmena y ordena al sol que cree una noche de tres días para yacer con ella y engendrar juntos a Heracles (Hércules). Júpiter baja a la tierra con su hijo Mercurio. Alcmena tiene una esclava también, Cleantis, la mujer de Sosia, que solo quiere yacer con él, porque Sosia no le hace ni caso. En Molière y en Plauto, Sosia también era un cornudo.

Alcmena y Cleantis se llevan maravillosamente bien. Porque estas mujeres no son las de hace 400 años. Estas mujeres interrumpen a sus maridos y les dicen: «Estoy hablando yo». Luego llegará Anfitrión, se dará cuenta de que su mujer no se ha acostado con él, sino con Júpiter y la quiso quemar en una pira: eso cuenta Plauto. No Molière: en el Anfitrión del francés, el dios se explica y le dice al protagonista que su mujer no ha hecho mal alguno porque creía que dormía con su mismísimo marido.

En medio, los dos Anfitrión se pelean, Sosia no sabe por dónde se anda pero, cuando abre la boca, suben la leche y el pan porque, a ver, aquí se habla de los dobles, las identidades, los espejos, lo divino y lo humano entremezclados y esa suerte de divinidad que es ser un ciudadano y esa suerte de humanidad que es ser un esclavo al que nunca tratan muy bien.

«¿Qué son las redes sociales, tan en boga hoy en día, más que un desesperado intento por observarnos desde fuera, darle forma a nuestro propio ser y mostrarnos (con filtros) al mundo y, por extensión, a nosotros mismos? ¿Necesitamos vernos para creernos? ¿Somos víctimas de nuestra propia imagen y semejanza? Quizá sí. Pero, tranquilos, tampoco es nada nuevo. Todo esto ya lo sabía Molière desde mucho antes que Instagram nos atrapara en sus seductores brazos». Eso dice Juan Carlos Rubio, director talentoso, escritor finísimo.

También hay dobles en las historias que otros cogen y versionan, de tal manera que podemos jugar con Plauto y Molière, Molière y Plauto. Plauto, por ejemplo, le hace decir a Sosia: «¿Dónde me he buscado mi perdición? ¿Dónde he sido transformado? ¿Dónde he perdido la figura de antes? ¿Es que me he dejado yo a mí mismo olvidado allí sin darme cuenta?». Un «yo», al final, es el límite del mundo: vemos el mundo con lo que somos. A alturas determinadas, con un lenguaje determinado, con un idioma que es nuestro (compartido con una comunidad, pero nuestro), insertos en una cultura, con un nombre propio que nos identifica tanto que, cuando lo oímos por la calle, nos damos la vuelta, porque nos sentimos interpelados. Imagínense perder el nombre. Imagínense perder el nombre y el cuerpo y que alguien nos diga: «Sosia soy yo, no tú». «Olga soy yo, no tú». «Juanjo soy yo, no tú».

Alguien es nosotros y todos lo saben, menos nosotros mismos. En eso se basa la comedia. En un secreto que comparten algunos personajes y el público, pero no otros personajes. Por eso hay enredo y confusiones y, por eso, quienes nos sentamos en las gradas del teatro romano de Mérida podemos reírnos.

Hay canciones, bailes y música de circo «inspirada en el jazz de Cole Porter», cuenta su compositor, Julio Awad. Además, en el escenario hay un plantel de buenos actores: Fele Martínez, Toni Acosta, Paco Tous, Dani Muriel y María Ordóñez. Y no será una obra hilarante, nos advirtió Pepón Nieto, pero sí pasaremos un buen rato y saldremos con una sonrisa en la boca y quizá tarareando alguna melodía. Tras dos meses de encierro, teníamos muchas ganas de comedia.