Estaban los mejores. Lope de Vega, Calderón de la Barca, Agustín Moreto, Luis Vélez de Guevara, Cervantes, Tirso de Molina. Le conocemos como teatro del Siglo de Oro y, a pesar de que se escribió entre los siglos XVI y XVII, se sigue representando: de todas las maneras, siempre para público del siglo XXI. En prosa o en verso, con astronautas o con sayas. Las compañías eran profesionales, con actores y con actrices. Ellas tenían licencia para actuar desde 1587, pero no se las miraba bien: en 1599 se estipuló que solo las mujeres casadas con hombres de la empresa teatral podían subirse al escenario (ah, el estado, siempre velando por nuestra honra). Había otra condición: que solo vistieran hábito de mujer. No podían representar a hombres. 

Antes, a los personajes femeninos los interpretaban adolescentes aprendices que acababan de entrar a formar parte de la compañía y que todavía no habían cambiado la voz. No nos extraña que en tantas obras haya casos de travestismo: era su pan nuestro de cada día. También ocurría que se tenía un miedo cerval al pecado nefando (vamos, a que dos hombres pudieran mantener sexo entre ellos: con la Iglesia hemos topado) y la norma se relajó. 

No tenían mucho dinero, de todos modos: las escenografías eran mínimas. Miramos a Italia, imitamos a Boccaccio, a Giancarli, a Raineri, a Ariosto, metemos a unos criados por aquí y por allá, que nos sirvan de bufones, a alguno lo matamos de hambre, al otro lo hacemos tonto y comenzamos a crear nuestras propias obras.

Y qué obras. 

Cervantes llamaba a Lope de Vega «monstruo de la naturaleza». Lo era. Le tenemos cariño a Lope por lo que hizo con su hija, que era lo que se podía hacer en la época: negarse a casarla y meterla en un convento, porque en los conventos se podía escribir (miren a Santa Teresa y a esa mujer excelsa, inteligente hasta el descaro, llamada Juana Inés de la Cruz: otra monja forzosa). Marcela del Carpio o Marcela de San Félix, monja trinitaria, dramaturga y poeta a la que su confesor aconsejó quemar su producción literaria.

No ‘comment’. 

Mañana sábado se representa en el Festival de Teatro Clásico de Cáceres ‘Peribáñez y el comendador de Ocaña’, una de esas obras que Lope escribió en su plenitud, quizá más leída que representada, uno de los mejores cantos a la dignidad personal que se han construido jamás en castellano y con unos personajes deliciosos. Hasta el comendador lo es. Cómo no entenderle, con sus privilegios por razón de cuna, con lo mal que comprende que a la mujer de otro no se la puede tener, que no es una propiedad, que… Ah, no. Los poderosos llevan toda la vida comprando gente. La compraventa más extendida es algo que podríamos llamar ‘explotación laboral’: esta idea extendida en nuestro país de que el compromiso con un trabajo significa dedicarle a una empresa más horas que a tus hijos y a tus amigos. Luego hay otras maneras de apretar: subir la luz es una de ellas. 

Y aquí está el villano Peribáñez, haciendo justicia. Villano, decimos: esto es, el hombre que habita en una villa, el hombre libre que pertenece al estado llano, tercer estado en el que uno trabajaba y pagaba impuestos. En el Siglo de Oro no significaba «que actúa o es capaz de actuar de forma ruin o cruel».

La pone en escena Noviembre teatro, a los mandos de Eduardo Vasco, que ha montado lo menos una decena de Lopes en los últimos 20 años. 

Pero antes llega Tirso de Molina con ‘Marta la Piadosa’: «Tu virtud es de manera, / que eres Marta la Piadosa. / Toda la corte te da / este nombre que has ganado», le dice Don Gómez. Y doña Marta, en un aparte, le dice al público: «¡Ay Dios! ¡Qué engañada está!». Cómo no enamorarse de ella. Y de su hermana. Las dos andan enamoradas del mismo hombre que, para más inri, ha matado a su hermano. Al de ellas. Imagínense, qué ideación fecunda de Tirso, tan moderno.

En el festival también hay música. Viene la Orquesta Barroca de Badajoz a llevarnos a los sonidos de las obras de Arcantelo Corelli y de Georg Friedrich Händel, que le rindió homenaje a Corelli y le quiso estudiar. Sus obras se van a entrelazar el domingo, justo antes de la representación de ‘El avaro’, una de las obras cumbre de Molière. No podía estar en mejores manos que las de Morboria.

Te puede interesar:

Y hay teatro para bebés. Lo ha puesto en escena Javier Herrera, vistequienteviste, vestuarista, actor, director de la gala del FanCineGay, hombre para todo, diseñador de texturas en tela y escenografía y cuentacuentos improvisado para los hijos de los amigos. Se titula ‘A versos’ y usará los vestidos del Siglo de Oro para que, a través de los cinco sentidos, quienes son más pequeñines puedan disfrutar. 

Luego llegará otro Lope, ‘El caballero de Olmedo’, de La Barraca, con Jesús Custodio, la gala de Medina al baile flamenco con un cuadro de bailaores y otro de actores y Sara Castro a la guitarra. Es un estreno, como lo fue ayer ‘Entre bobos anda el juego’. Nos ponen nerviosos los estrenos, nos encantan los estrenos. Y agradecemos la valentía de Silvia González por llevar este Siglo de Oro en Cáceres al mejor puerto posible, luchando contra toda una pandemia.