TNtací en una familia que seguía las pautas que por entonces dictaban las leyes divinas, sociales y civiles, de manera que mi padre se encargaba de ganar el pan y mi madre desempeñaba el papel de ama de casa pues su profesión era, según los papeles oficiales, "sus labores". Sus labores eran tantas que no podré recordarlas en este momento. A ella se debía que la casa estuviera limpia, cada cosa en su sitio, que la comida se sirviera a la hora exacta y fuera apetitosa y variada, aunque era demasiado frecuente el cocido, que los calcetines estuvieran remendados y no se vieran los tomates , que los hijos y marido estrenáramos un jersey de punto hecho por ella, los niños estábamos limpios y arreglados y mi padre tenía las camisas y los pantalones planchados.

Estaba en todo, pues gracias a ella se compraba un mueble, se pintaba la casa, se visitaba a las amistades y en su cabeza estaban las cuentas, los santos y los cumpleaños. Una vez casado, mi esposa, y sin embargo amiga, tenía mi misma profesión pero no abandonó "sus labores" y los niños seguían estando limpios y aseados, la casa era un espejo y las comidas eran aún más variadas.

Yo "ayudaba", aunque sin excesos, mientras me adiestraba en hacer camas, la compra y me enteraba de para qué servía la cocina pues aún resonaban en mí los ecos de aquellas palabras que me decían cuando entraba en ella, "eso es de cocinillas", o cuando tenía sed y era una mujer quien debía llevarme el vaso. Si entro en un centro oficial o en un despacho y veo a una arquitecto, médico, abogada, no dejo de pensar que sus hijos siguen estando limpios y aseados, su casa reluce y ya ha llamado al fontanero mientras su marido "ayuda".

Pienso que no debo celebrar el Día de la Mujer Trabajadora, pues sería una injusticia. En primer lugar porque indica que aún no estamos equiparados en derechos y deberes, y en segundo lugar porque debiera ser todos los días, pues, chistes machistas aparte, lo que somos se lo debemos a ellas. A su esfuerzo y a su tesón.