Lo primero que hace cuando amanece es encender la televisión. El 26 de noviembre, Geydi Álvarez hizo lo propio con la inercia de todas las mañanas. Lo que no esperaba encontrar es que todos los canales estuvieran atentos al mismo titular. Después de años de salud frágil, de especulaciones sobre su estado y de apariciones públicas contadas con los dedos de una mano, Fidel Castro había muerto y esta cubana, que lleva en Cáceres más de 15 años, lo vivió a través del cristal con una suerte de incredulidad y sorpresa contenida. Como todos. «Pensaba que nunca iba a pasar, era un figura tan mítica», reconoce Geydi como si los cubanos hubieran resuelto con el paso de los años que el comandante es inmortal.

Inmediatamente, descolgó el teléfono para escuchar las reacciones de sus familiares en la isla. Calma fuera y dentro del país. Y aceptación. «Estamos consternados, pero ya, se acabó», le contestó su hermano desde el otro lado del charco y del auricular. Confiesa que a continuación le recorrieron sentimientos encontrados. Por un lado, «un sentimiento de dolor» y por otro, «vienen muchas cosas a la cabeza». «Hacía mucho tiempo lo adoraba, pero cuando sales del país te vas desilusionando», apunta. La cacereña de adopción es una de más de trescientos cubanos que viven en Extremadura según el padrón del Instituto Nacional de Estadística. EL PERIÓDICO EXTREMADURA habla con cuatro emigrantes, dos mujeres y dos hombres, dos de Cáceres y dos de Badajoz, para que relaten cómo vivieron la muerte del revolucionario y mandatario en su isla durante seis décadas. La salida de Geydi del país fue voluntaria. Quería crecer. Se dedica a la telefonía y veía que en el país «no podía» lograr sus metas. Tenía 27 años y durante años reconoce que ha «justificado muchas cosas» del régimen, que poco a poco, se han ido desvirtuando en su argumentario. «Cuba tenía que evolucionar y llegó un momento en que se paró, Fidel se quedó estancado hace mucho tiempo», lamenta.

Ahora tiene esperanza, mantiene la prudencia sobre el futuro del país, nombra a Trump y sostiene su esbozo de apertura para la isla, un proceso lento, eso sí. «El país se abrirá, el mundo se lo va a pedir», concluye. El mismo deseo sostiene Yamile Romero, otra cacereña de adopción. Es más joven -solo 29 años- y ha escuchado más que vivido sobre Fidel. En cualquier caso, lamenta su muerte «como con cualquier ser humano», pero se muestra crítica con sus actuaciones. «Lo de Cuba libre y soberana era una mentira, gracias a él los cubanos han pasado mucha necesidad durante años», defiende.

Aquella mañana Yamile se enteró de la noticia por su marido mientras que a Osvaldo Denes se lo contaba su mujer en Badajoz, donde lleva más de una década viviendo. Fueron motivos económicos los que impulsaron a este cubano a llegar a Extremadura. «Era mayor, es ley de vida», aduce que por su edad, 90 años, la muerte de Castro no le cayó de sorpresa. Alega que «Fidel tenía sus cosas buenas y sus cosas malas, cometió muchos errores, pero lo cierto es que su figura quedará para la historia». Se confiesa desligado de las inquietudes políticas de Castro, añade que «tenía sus principios, plantó cara a los americanos y Cuba tiene los mejores médicos, los mejores deportistas», pero reprocha la falta de libertad de expresión que ha impedido a los cubanos expresar sus opiniones contrarias al régimen. Regresa cada cuatro o cinco años a su Cuba natal, de la que ha vivido muchas «facetas» y ahora en su cabeza solo queda la incógnita sobre si por fin se levantará el embargo que ha arrastrado el pueblo cubano durante décadas «¿qué culpa tiene el pueblo cubano del embargo?», concluye.

LOS TRES BLOQUEOS // Roberto -nombre ficticio- es el único que prefiere mantener su anonimato. En Cuba era sanitario y ahora no puede entrar hasta que pasen los años de rigor, cumple una multa de exilio por abandonar una de las catalogadas como profesiones vitales y teme represalias hacia su familia que vive allí. Alega que la muerte del revolucionario le supo a indiferencia. «No me alegro, pero me dio un poco igual», apunta.

El joven, que vive en Badajoz, es más específico en cuanto a la situación que vive su país y habla de tres tipos de bloqueo: «el embargo americano, el interno y el que nos ponemos los propios cubanos». De hecho, recuerda una anécdota de antes de mudarse a Extremadura. «Mi madre tenía que hacerse una prueba, fue al hospital y no había guantes», relata. O recuerda cómo su hermana caminaba descalza a la escuela mientras lamenta el alto precio que ha pagado el pueblo cubano por la revolución. «Yo a Fidel le aplaudiría la alfabetización, pero la revolución ¿a coste de qué? No había recursos», argumenta.

Aunque sus opiniones distan en los conceptos, los cuatro entrevistados aducen a alfabetización entre los pros y a la represión posterior después entre los mayores contras del que fuera dirigente de los cubanos, que ahora deja su silla vacía y una incertidumbre sobre el liderazgo de la isla, que ha declinado ya Raúl, su hermano y portavoz durante estos últimos años en los que la salud del revolucionario flaqueaba. Los cuatro representan en su máxima expresión a las dos facciones del pueblo, sin medias tintas. O le aman. O le detestan.

LA ‘ISLA’ PACENSE // Repartidos entre Badajoz y Cáceres, la mayor parte de los cubanos llegó a la región por motivos económicos y por afán de prosperidad, un objetivo que en su país natal veían vetado en mayor o menor medida por la coyuntura política. Aunque no comparten un carácter asociativo, la región cuenta con el colectivo Ascuex (Asociación Cubana de Extremadura), que cuenta con medio centenar de socios y que desempeña su labor de difusión de la cultura cubana y de recuerdos de su país -este diario se ha puesto en contacto con este colectivo, pero su presidente ha viajado a Cuba esta semana y no ha sido posible localizarle-. Un local de la barriada pacense de San Fernando es su punto de encuentro. Es ahí donde discuten sobre cuestiones sociales y políticas y se divierten cuando tienen que hacerlo. Badajoz es la ciudad que concentra mayor representación cubana.

De hecho, el barrio de Cerro de Reyes luce un busto del poeta José Martí en honor a los residentes cubanos en Badajoz. Al acto asistió el propio embajador de Cuba. Ese detalle esculpido y tantos otros representan una suerte de nostalgia y necesidad de evolución para los que en su día salieron de la isla. Ahora, en el nacimiento de la era ‘post Castro’, solo les queda un anhelo, que la situación se suavice y su Cuba natal recupere el esplendor que tuvo en su día. Y aunque los más longevos, los que vivieron la revolución en su máximo esplendor, no puedan verlo, quieren dejar ese regalo a sus hijos para que, al contrario, que ellos, puedan cumplir sus expectativas vitales sin contemplar la emigración como primera y única propuesta. Ahora queda más de una semana de ritos fúnebres y de duelo en Santiago de Cuba, donde empezó todo, y después de eso toca mirar al futuro.