El rastreo de los contaminantes presentes en el aire extremeño se hace a través de ocho unidades de vigilancia atmosférica. Seis de ellas son fijas (están en Mérida, Plasencia, Cáceres, Badajoz, Zafra y Monfragüe) y otras dos son móviles y van rotando (una de las unidades se encuentra ahora en Villafranca y la otra está en mantenimiento). 

Estos aparatos, muy costosos tanto en su adquisición como en su mantenimiento, recogen datos de los principales contaminantes del aire (dióxido de nitrógeno, ozono, partículas menores de 10 y de 2,5 micras, dióxido de azufre,...) cada diez minutos y los envía a la base de datos de la Red Extremeña de Protección e Investigación de la Calidad del Aire (Repica), en Mérida. 

Pero no todo se puede medir en línea, porque no existe tecnología para ello, y hay que salir diariamente a recoger muestras para analizar posteriormente en un laboratorio los valores de contaminantes como el arsénico, el plomo, el níquel o el benzopireno, entre otros. Uno de esos laboratorios con los que cuenta la red Repica está en el Departamento de Química Analítica de la Universidad de Extremadura (UEx) y está liderado por el grupo de investigación de Análisis Químico del Medio Ambiente (Aquimia). 

Coordinado por el docente e investigador Eduardo Pinilla, este grupo tiene un convenio con la Junta desde 2003 para dar apoyo científico y técnico a Repica. «Participamos en la toma de muestras, en los análisis químicos de partículas y también en la interpretación de los resultados para la generación de los índices de calidad y de informes periódicos», cuenta el coordinador. También realizan actividades de divulgación y educación ambiental con estudiantes y otros colectivos sociales. 

Mediciones en todos los barrios 

Y todo ello lo compaginan con otra misión esencial: la investigación. «Trabajamos en el desarrollo de métodos analíticos nuevos porque los sistemas de análisis que tenemos en la red son muy caros, tienen un precio desorbitado tanto los analizadores como mantenerlos activos y hacer calibraciones», cuenta. Y en este contexto tienen en marcha un proyecto que puede revolucionar la red actual. «Estamos investigando en el desarrollo de analizadores de bajo coste que puedan tener las personas para medir en su casa o en un parque».

De esta forma, cuenta, pretenden que haya una información más distribuida (no concentrada solo en los entornos donde se ubican las ocho unidades de vigilancia), más fina y una mejor resolución de los datos. «Ahora mismo tenemos por ejemplo la unidad de Badajoz instalada en el campus universitario porque se entiende que es un entorno suburbano representativo de la ciudad, pero lo ideal sería poder medir en todos los barrios de la ciudad, pero económicamente no se puede sostener, ya que las unidades actuales cuestan alrededor de 400.000 euros», señala Pinilla. 

Una sociedad más consciente

Con el desarrollo de medidores ‘low cost’ también se busca implicar más a la sociedad en el conocimiento de la calidad del aire que respira. Según Pinilla, hay cierto desconocimiento social «porque al no ser un factor que supone un riesgo muy importante, no le prestamos la importancia que sí le damos a otros factores más amenazantes, pero en todo caso la contaminación atmosférica es un factor que interesa tener en cuenta y que la gente sea consciente de qué hábitos y comportamientos puede adquirir para contribuir a que el problema ambiental, que aunque aquí es leve, pueda ser menor». 

Y con este fin, el grupo acaba de comenzar otro proyecto regional de comunicación en calidad del aire y cambio climático, en el que están trabajando docentes e investigadores de las facultades de Comunicación y Ciencias y que implica también a la red de aerobiología. «Vamos a investigar también las sinergias que puede haber entre los niveles de polen y la contaminación atmosférica. Es un proyecto muy interesante que nos va a permitir ver cómo la sociedad recibe la información que manejamos y mejorar». H