Maxim Buzirov acaba de llegar a Cáceres con su mujer y sus tres hijos, la más pequeña tiene solo tres años. Vienen de Irpín, una ciudad muy cercana a Kiev (Ucrania). El pasado 6 de marzo decidió coger a su familia e intentar salir del país, después de que comenzaran a bombardear la localidad en la que residen. Su primera opción fue intentar escapar a pie. Se jugaron la vida, porque las bombas no paraban de estallar a su lado.

Finalmente consiguieron esconderse entre unos escombros hasta que unos militares les rescataron y les ayudaron a llegar hasta la estación de autobús. Ahí comenzó su nueva vida. «Hemos pasado mucho miedo», cuenta (le traduce una ucraniana afincada en Cáceres porque no habla castellano). Su mujer casi no puede ni escuchar la conversación porque significa revivirlo todo. Y en sus hijos mayores se intuye la preocupación.

La familia de Maxim Buzirov conversa con una cacereña. CarlaGraw

Ellos son una de las familias que han conseguido huir de la guerra y salir del país gracias a la expedición cacereña, liderada por Inmaculada Polo, que el pasado martes puso rumbo a Ucrania para llevar ayuda humanitaria y traer a refugiados a Cáceres. En total han conseguido trasladar a 23 ucranianos entre los cuatro vehículos que viajaron (dos furgonetas y un turismo de siete plazas que salieron desde Cáceres y otro coche que se unió en Irún procedente de Santander). 

A salvo en Extremadura

A salvo en Extremadura Redacción

Tras tres días enteros de viaje finalmente regresaron a Cáceres la noche de ayer. Al llegar, en la nave de Grúas Eugenio, en Capellanías, que funciona como centro de operaciones de la expedición (el almacén está lleno de mercancía donada para Ucrania), les recibieron con un emotivo aplauso, abrazos y lágrimas, muchas lágrimas. Estaban a salvo y se abrazaban con los que les esperaban, sin conocerlos, pero lo necesitaban.

Hasta la capital cacereña han llegado nueve personas (la familia de Maxim, otra madre con su hija, una joven que viaja sola y una mujer mayor cuya hija vive en Cáceres). El resto se han quedado en Alemania, Francia, Santander y Valladolid. Aquí se alojarán con familias de acogida.

Dasha Askulska (izquierda) abraza a quien la acogerá en Cáceres. CarlaGraw

Maxim es ruso, pero reside en Ucrania porque su mujer es ucraniana. Allí han dejado a toda su familia política, pero él se veía en la obligación de poner a salvo a los suyos. A través de una amiga de su mujer, que vive en Madrid, contactaron con la expedición cacereña (esta conocida madrileña sabía del viaje que se iba a realizar desde Cáceres a través de las redes sociales). Y quedaron con ellos en la frontera. Nada más encontrarse con los cacereños Maxim les dijo que él no quería venir porque no quería que tuvieran que mantenerle. Él lo que quiere es trabajar.

Bolsa de trabajo

Los cacereños lo comunicaron al Círculo Empresarial Cacereño, al que pertenecen, y en horas consiguió un trabajo. Diego Hernández, de Grúas Eugenio, lo ha incorporado a su plantilla como soldador. Y ahora el Círculo ha creado una bolsa de trabajo para poder traer a más ucranianos y ofrecerles un empleo. Hoy Hernández se encargará de realizar el papeleo para contratarle y gestionará con la administración un colegio para sus dos hijos.

Ayer también llegó a Cáceres Dasha Askuluska, de 26 años. Sus padres la han obligado a salir del país después de que una cacereña, madre de un amigo suyo, se pusiera en contacto con ellos para ofrecerle su casa. Pero no quería venir. «Siento una decepción enorme, estoy vacía por dentro, no sé qué me espera, a dónde voy a ir, qué voy a comer, de qué voy a vivir», explica en un castellano casi perfecto. De momento se alojará en casa de esta conocida. Después, tendrá que intentar hacer una nueva vida.

La pequeña de 3 años, hija de Maxim, con el cacereño que los ha traído. CarlaGraw

Solas también han viajado Alexandra (20 años) y su madre Tamara (51 años). Alexandra, que vive en Kiev, salió de su casa el día que comenzaron los bombardeos en la capital. Salió en pijama y se puso a correr por la calle, asustada, en busca de un lugar seguro. «Estaba en shock y en pánico», recuerda. Llegó a un pueblo cercano a Kiev, pero también tuvo que huir porque lo atacaron. Al final un amigo le ayudó a llegar a Polonia, donde se reencontró con su madre. Esta tuvo que caminar 12 horas hasta la frontera, con temperaturas bajo cero. Y ha regresado a Cáceres, ciudad en la que ya estuvo en 2017 con Cruz Roja. Pero ahora todo es diferente. Aún no se cree lo que ha ocurrido. Parece una pesadilla. «Primero hay que intentar estar bien psicológicamente y luego pensaremos qué hacer», asiente.

Mientras tanto, corretea por la nave la pequeña de 3 años, hija de Maxim. Ha sido la alegría del viaje y la vía de escape para todos. «Un día las montamos (con ellos viajaba otra niña que se quedó en Valladolid) en unos columpios y su cara de felicidad cambió, nos han dado luz entre tanta tristeza», reconoce Inmaculada Polo, que no ha podido parar de llorar desde que llegaron a Ucrania. «Es muy duro», insiste.