Heridas abiertas

Exhumaciones en Extremadura: Por justicia y reparación

Los trabajos de exhumación en una de las fosas comunes de la guerra civil en Extremadura comenzaron el pasado lunes. Se trata de la mina La Paloma, en Zarza la Mayor (Cáceres). En ella se cree que se hallan los restos de una veintena de republicanos asesinados en el verano de 1936

Trabajos de exhumación en una de las fosas comunes de la guerra civil en Extremadura

EL PERIÓDICO

Almudena Villar Novillo

Almudena Villar Novillo

Verano de 1936. El ejército sublevado avanza por Extremadura. La provincia de Badajoz ya se ha sumado a la sublevación y se extiende por la de Cáceres. El abrasador estío acompaña a la represión, a la humillación, al miedo y a la indignación en los pueblos extremeños. Pero en los de la comarca del Alagón, una veintena de vecinos protagonizó los temidos paseos, tal vez en la oscuridad de la noche, y conducidos a un macabro destino: los pozos de la mina La Paloma, en Zarza la Mayor. Tiros certeros y hábiles acabaron con sus vidas, y sus cuerpos inertes arrojados por la boca del yacimiento. Nada se volvió a saber de ellos; ni tan siquiera el lugar exacto de enterramiento. Y el silencio se instaló en sus familias durante más de 40 años. Vivieron décadas de congoja y desconsuelo, y con el temor de hablar sobre lo ocurrido en el aquel bochornoso verano.

Excavaciones

87 años después y con muchos de aquellos allegados ya fallecidos, la esperanza regresa a los descendientes gracias a la segunda fase de la exhumación de la fosa común de la guerra civil en el pozo minero de Zarza la Mayor, que se inició el pasado lunes. El grupo Aranzadi, experto en desenterramiento en fosas comunes en España, liderado por el forense Paco Echevarría, se encarga de las labores. «El año pasado llevamos a cabo la primera fase, pero hubo que pararla por un derrumbe en la mina. Hoy [por el pasado lunes] se está procediendo al desescombro y al apuntalamiento de las tres minas. Una vez que se toque tierra, comenzarán las prospecciones arqueológicas para buscar los restos. Es una incógnita porque ha pasado casi un siglo de los asesinatos», detalla Julián Chaves, profesor de Historia de la Universidad de Extremadura y coordinador de estos trabajos, que se realizan gracias a la financiación de la Diputación de Cáceres y de la Secretaría de Estado de Memoria Democrática a través de la Junta de Extremadura.

Precisamente y gracias a investigaciones previas de Julián Chaves, se conoce que en la mina La Paloma se localizan los restos de entre 20 y 24 vecinos de Ceclavín, Zarza la Mayor y otras localidades de la comarca del Alagón. «Fueron actuaciones en el verano del 36 mediante las expeditivas prácticas de los paseos. Eran ejecuciones irregulares para acabar impunemente con la vida de los republicanos». Ciudadanos, según el profesor de la UEx, ligados a la República y, en la mayoría, con protagonismo político y sindical, pero «sobre todo, eran defensores del orden establecido. Como es sabido y notorio, tras la sublevación, la provincia de Cáceres quedó bajo control franquista prácticamente en tres días. A partir de ahí, se tomaron medidas que implicaban que, todo los republicanos con cierta significación o con antecedentes de haber servido a la República, eran susceptibles de ser detenidos y, muchos de ellos, ejecutados. Algunos se encuentran en este yacimiento».

El comienzo de los trabajos en la mina La Paloma en Zarza la Mayor.

El comienzo de los trabajos en la mina La Paloma en Zarza la Mayor. / EL PERIÓDICO

Pero, ¿existe seguridad de que los cuerpos se hallan en la mina de Zarza la Mayor?. Según la investigación de Julián Chaves que se basa tanto en testimonios como en documentación, los fusilados eran arrojados por la boca del pozo que, a lo largo de décadas, se convirtió en una escombrera ilegal, cuyos ripios sepultaron a estos extremeños, pero no de la memoria y del corazón de sus familiares.

Los testimonios

Y así le pasa a Juana Clavero, a cuyo abuelo, Isidoro Clavero Vinagre, asesinaron «por rojo. Era un hombre muy relacionado y muy querido en Zarza la Mayor, pero sus ideas no les gustaban a los asaltantes del poder, a los fascistas. La represión fue brutal y la sufrimos el resto de generaciones. Mi abuela murió y también sus hijos, pero quedamos algunos nietos que esperamos recuperar sus restos y enterrarlos con sus seres queridos».

Esta coacción no silenció a los Clavero y tampoco germinó en ellos la aversión, a pesar de sufrir el exilio en Francia y en Irún por represaliados. «Nunca nos ocultaron lo que pasó. Lo supimos con nombre y apellidos, pero, curiosamente, nunca nos transmitieron odio. De hecho, de niños jugamos con los descendientes de quienes asesinaron a mi abuelo. Hubo ensañamiento y crueldad. Ya lo dijo el general Yagüe que por donde pasaba no iba a crecer la hierba y fue bestial implantando el terror y el pánico en las familias. Ahora queremos justicia y reparación». Precisamente, los nietos se encargan de demandar esta justicia y reparación.

Como a Juana Clavero, la familia de Luciano Montero también padeció el oprobio por defender lo justo. Al abuelo de Montero, llamado también Luciano «me pusieron el nombre por él», le asesinaron por reclamar lo que era suyo. «Según el testimonio de una mujer, que murió con 103 años, mi abuelo, trabajador del campo, republicano y socialista, no sé si militante, pero sí simpatizante, salió junto a otros en manifestación reclamando la subida del jornal que había aprobado el gobierno de la República. Parece que eso cabreó a los terratenientes del pueblo. Se hizo una lista y fueron a por ellos». Según Luciano Montero, que también representa a la Agrupación de Familiares de Zarza la Mayor, parte de los exterminados se encuentran en la mina, pero a otros los arrojaron por el puente de Alcántara. «Algún cadáver se quedó varado en la vegetación y los familiares lo recuperaron. Fueron enterrados a escondidas y de noche en el cementerio, en tierra, sin ninguna señal».

En los parientes de Montero sí se impuso el silencio, el miedo y soportaron opresión. «A una hermana de mi abuelo la obligaron a beber aceite de ricino y la pasearon por el pueblo con carteles de zorra y puta. Mi abuela se murió y no fuimos capaces de que nos contara las circunstancias de la muerte de su marido. Hasta bastante después de la llegada de la Democracia, no comenzaron a hablarnos, pero siempre con miedo por si alguien inconveniente nos oía y nos metíamos en un lío».

Ahora estos descendientes albergan la esperanza de pasar página, recuperar los restos de sus allegados y enterrarlos. Pero todavía falta un largo camino. Los trabajos que comenzaron el lunes permitirán rescatar lo que quede de los cuerpos, que habrá que identificar y, después, entregarlos a sus allegados.

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