El equipo de neurocirujanos del Hospital Hadassa de Jerusalén que atiende al primer ministro israelí, Ariel Sharon, empezó ayer a despertar progresivamente al paciente del coma inducido en el que estaba, con resultados ligeramente optimistas: Sharon pudo respirar por sí mismo y respondió a estímulos de dolor moviendo levemente el brazo y la pierna derechos. Aun así, el primer ministro permanece inconsciente, sedado y en estado crítico, y es pronto para determinar si el derrame sufrido causó daños cognitivos.

Los especialistas están aplicando a Sharon una terapia basada en la reducción progresiva de la sedación y en aplicar estímulos de dolor y de contacto. Más adelante comprobarán si responde a órdenes verbales. Los médicos informaron de que el movimiento de las extremidades fue "pequeño pero significativo", y que claramente se trató de "una reacción al dolor, y no un movimiento reflejo".

"El movimiento, unido al ligero aumento de la presión sanguínea como reacción del dolor, son señales de algún tipo de actividad cerebral", explicó el doctor Felix Umansky, jefe del equipo que operó tres veces a Sharon, quien añadió que el paciente no ha abierto aún los ojos y que sigue conectado a un respirador.

MODERADO OPTIMISMO Las buenas noticias contribuyeron a que el optimismo se instalara en el Hospital Hadassa y en todo el país, pero no puso fin a las inevitables especulaciones sobre las secuelas que sufrirá Sharon si sobrevive. Lo que no es ninguna especulación es que la vida política israelí debe seguir adelante. Desde la Autoridad Nacional Palestina (ANP) ayer se empezó a presionar al Gobierno del primer ministro interino, Ehud Olmert, en lo referente a la participación de los ciudadanos árabes de Jerusalén Este en las elecciones legislativas palestinas del 25 de enero. El presidente de la ANP, Mahmud Abbás (alias Abú Mazen ) dijo que ha recibido garantías de EEUU de que Israel permitirá la votación.

Este asunto es una patata caliente para Olmert. La postura de Sharon era impedir la votación en la parte oriental de la ciudad --anexionada por Israel en la guerra de 1967-- por la participación de Hamás en las elecciones. Abú Mazen respondió que, en ese caso, se vería obligado a posponer las elecciones, lo que agravaría la ya crítica situación interna palestina.

Sin embargo, muchos vieron esta respuesta de Abú Mazen como la excusa perfecta para cancelar unas elecciones que, a causa de las buenas perspectivas electorales de Hamás, en realidad nadie quiere: ni EEUU, ni la UE, ni Israel quieren ver a Hamás con mayoría en el Parlamento palestino, ni Al Fatá está por la labor de perder gran parte de su omnímoda cuota de poder.

Sin embargo, Hamás ya ha advertido de que consideraría la cancelación de las elecciones como una declaración de guerra de la ANP, lo que cerraría las puertas a la posibilidad de que Abú Mazen logre arrancar de los grupos armados otra tregua. En estos parámetros debe decidir Olmert, a pesar de que Israel está obligado a permitir la votación, según los Acuerdos de Oslo. Si el primer ministro interino permite la votación en Jerusalén Este, dará munición electoral al Likud. Si no lo hace, empezará con mal pie su relación con la ANP y EEUU, que al menos oficialmente apoya la estrategia de Abú Mazen de implicar a Hamás en el juego democrático. Por ahora, el único indicio que hay de por dónde puede ir Omert es que los candidatos palestinos, excepto los de Hamás o la Yihad Islámica, podrán hacer campaña en Jerusalén Este previa autorización de la policía israelí.