Dejaron tras de sí un rastro de pantalones militares manchados de sangre y convertidos ayer en atracción de moscas, vendajes sucios, paredes cubiertas de regueros de sangre, cazadoras militares a las que se les había arrancado la identificación de su propietario --probablemente muerto o herido en combate--, lanzagranadas, granadas de mano, raciones militares de comida con inscripciones en hebreo, caminos marcados por las huellas de blindados, puertas atrancadas, ganado muerto, cadáveres de civiles aún bajo los escombros, y un coqueto poblado del interior sur libanés que tardará años en reconstruirse.

Desde primera hora de la mañana de ayer ya no quedan soldados israelís en Ganduriye, localidad situada a unos 12 kilómetros de la frontera con Israel, donde se registraron los más feroces combates en el último tramo de la guerra y que fue la punta de lanza del avance de las fuerzas armadas israelís en dirección oeste.

"Ayer había soldados israelís y esta mañana (por ayer) se han ido". 30 años, anchas espaldas, barba poblada oscura, timbre de voz grave, parco en palabras, no da la mano a las mujeres y por supuesto, no proporciona ningún dato que pueda identificarle. Mohamed --su nombre no es el verdadero-- encaja con el prototipo de miliciano de Hizbulá, cuyo valor y fuerza equivalen, según dice, a los de "20 soldados de ellos".

No era un civil

Saltaba a la vista que no se trataba de un civil, que él y sus compañeros, instalados precariamente en una casa de dos plantas que milagrosamente escapó de la destrucción total en Ganduriye, habían estado combatiendo durante los días precedentes con las fuerzas israelís.

"Vinieron en blindados y en paracaídas; ocuparon tres o cuatro casas durante tres días; les hemos hecho mucho daño y por eso se han ido", apunta orgulloso, mientras descansa de los combates en compañía de algunos compañeros. Eran, en total, unos 450 militares israelís, de los cuales, "unos 18", según asegura, regresaron a su país con los pies por delante. La retirada israelí --continua Mohamed-- se produjo a primera hora de la mañana de ayer, "alrededor de las seis y media", y curiosamente, no hubo ningún incidente ni enfrentamiento armado entre ambos bandos, que tan solo horas antes habían protagonizado una dura lucha a muerte en las calles de Ganduriye. "No nos hicieron nada y se fueron", constató.

Mohamed sabe que ya ha arriesgado la vida y que ha cumplido con su deber. Que ahora es el turno de la Defensa Civil de recuperar cadáveres bajo las ruinas, y de que los civiles --que aún ayer no se atrevían a regresar en masa a esta población-- se echen las manos a la cabeza y comprueben el enorme grado de destrucción que ha causado la batalla de Ganduriye.

Cierto es que Ganduriye no puede compararse con Stalingrado. Pero, aquí, y salvando las distancias, al igual que sucedió en la ciudad rusa entre agosto de 1942 y febrero de 1943, algunos civiles libaneses que no pudieron o no quisieron ser evacuados convivieron muy estrechamente, de forma casi promiscua --aunque sin verse las caras--, con los soldados ocupantes durante algunos días.

Porque Khazim Aamdún, su esposa Sikna Jamul y otros tres vecinos se refugiaron en un sótano en cuya planta superior se atrincheró un grupo de soldados israelís.

"No comimos en 5 días"

"No comimos ni probamos alimento durante cinco días, procurábamos no hacer ruido para que no nos oyeran; no se dieron cuenta de que estábamos aquí", explica satisfecho, Khazim, mientras muestra el sótano, con un techo no apto para quienes padezcan de claustrofobia, con enseres, muebles y paredes con fotografías de Hasán Nasralá y clérigos chiís. La casa de Khazim estaba a unos metros, solo con cruzar la calle, pero este anciano tuvo el buen juicio de no quedarse en ella durante los combates. Entre otros daños, su habitación acabó siendo destruida por un proyectil, que además carbonizó todos los muebles.

A pocos metros en dirección vertical, concretamente en el piso superior del refugio de Khazim, tenía su pequeña base un grupo de soldados israelís. Su presencia la atestiguan las puertas atrancadas con muebles y ropa, el enorme desorden, y, sobre todo, los paquetes de tabaco para liar en hebreo esparcidos por el suelo.